Cuando muere un escritor, una escritora, el mundo se vuelve un lugar más triste. Poco importa lo equívoca que haya sido su existencia, los erráticos avatares en los que se haya visto envuelto. Este sentimiento de abandono se acrecienta si se trata de alguien que hemos sentido próximo, por sus ideas, por sus sentimientos, por su escritura. Ernesto Sábato es, precisamente, uno de esos grandes escritores que abrió mundos insospechados para toda una generación de latinoamericanos.
Al igual que otros argentinos mayúsculos como Borges, Cortázar y Bioy Casares no sólo renovó la narrativa hispanoamericana sino que enriqueció nuestro horizonte de comprensión. La pluma de Sábato fue tan diestra en la novela como en el ensayo. Hombre formado tempranamente como científico, tuvo la valentía espiritual de volcarse hacia la literatura como un gesto de lealtad hacia sí mismo, bebiendo en el hontanar del surrealismo y el existencialismo.
Su talante humanista y libertario lo aleja muy joven de militancias dogmáticas para abrazar con pasión los mundos de la imaginación. Allí vierte sus inquietudes fundamentales en torno al alma humana, como Joseph Conrad parece interpelar el mal inherente a la existencia, “El Tunel” y “Sobre héroes y tumbas” dan buena cuenta de esta búsqueda. Con una perspicacia psicológica poco habitual en nuestra lengua se sumerge en “los bajos fondos del espíritu”, al decir de Breton.
En este siglo en que las nuevas generaciones parecen indiferentes a la suerte de los demás y en que la lectura se confunde con las modas impuestas por el mercado, la figura de Ernesto Sábato es un llamado de atención hacia las grandes cuestiones que bien merece lectores atentos, críticos y reflexivos. Fue el mismo Sábato que miraba las estrellas para informarnos del universo infinito el que encabezó, por encargo del entonces presidente de Argentina Raúl Alfonsín, la Comisión Nacional Sobre Desaparición de Personas (CONADEP), organismo que investigó los crímenes de la dictadura militar (1976 – 1983).
El legado de este gran escritor argentino y latinoamericano no es sólo su compromiso ético y político, ni su rica producción literaria y ni siquiera sus lúcidas ideas en torno al mundo y el universo que le tocó vivir. Quizás, lo que no podemos olvidar es su profundo compromiso con el arte y con lo humano, pues al igual que Albert Camus, era capaz de ver la pasión y la belleza, allí donde solo parecía reinar el mal y la muerte. Ernesto Sábato nos deja también una gran lección para los tiempos que corren: “ Lo admirable es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil”
- Álvaro Cuadra es Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
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