Mártires de Chicago
Los poderes quisieron escarmentar a la clase trabajadora y estigmatizar a sus líderes. Aunque la historia los parió nuevamente como los “Mártires de Chicago”. Parson, Engel, Spies, Fischer, Linng, son nombres que iluminan la memoria obrera.
El 11 de noviembre de 1887 cuatros líderes obreros fueron ejecutados en Chicago. Las terribles condiciones en que los trabajadores de la época vivían hicieron que aquella ciudad se convirtiera en el epicentro de las huelgas, movilizaciones y resistencias de la clase trabajadora en los Estados Unidos y que su ejemplo se extendiera como reguero de pólvora a otros países.
“…salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas plateadas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos… abajo, la concurrencia sentada en hileras de sillas delante del cadalso como en un teatro… plegaria es el rostro de Spies, firmeza el de Fischer, orgullo el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita que la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora… los encapuchan, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos cuelgan y se balancean en una danza espantable…”.
Así relató el héroe de la Independencia de Cuba, José Martí, entonces corresponsal en los Estados Unidos del diario argentino “La Nación”, uno de los hechos vertebrales de la historia del movimiento obrero: el de la lucha en reclamo por las ocho horas de trabajo diarias.
El 11 de noviembre de 1887 cuatros líderes anarquistas fueron ejecutados en la ciudad de Chicago. Las condiciones de extrema pobreza en la que la mayoría de su población vivía hizo que se convirtiera en la médula espinal de la movilización obrera en los Estados Unidos. Tres años antes, en Chicago, se había celebrado el IV Congreso de la American Federation of Labor que definió el 1 de mayo de 1886 como fecha límite para que la patronal respete la jornada de 8 horas y termine con la sobreexplotación. De lo contrario, se declararía la huelga general.
La presión obrera arrancó esta reivindicación de manos del propio presidente Andrew Johnson, quien promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo el tope horario. La decisión patronal de continuar con la explotación derivó en movilizaciones en todo el país. Estados Unidos se paralizó, literalmente. Las fábricas se vaciaron. Más cinco mil huelgas y medio millón de trabajadores reclamaron en las calles: “¡Ocho horas de trabajo!, ¡ocho horas de reposo!, !ocho horas de recreación!”. Dos organizaciones dirigían la huelga: la Asociación de Trabajadores y Artesanos y la Unión Obrera Central. Los periódicos obreros daban cuenta de la situación de miserabilidad de los trabajadores y exigían y reclamaban por sus legítimos derechos.
Como señala el historiador nicaragüense Ignacio Briones Torres: “En Chicago, los sucesos tomaron un giro particularmente conflictivo. Los trabajadores de esa ciudad vivían en peores condiciones que los de otros Estados. Muchos debían trabajar todavía 13 y 14 horas diarias; partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaban a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día: Unos se acostaban en corredores y desvanes, otros en inmundas construcciones semiderruídas donde se hacinaban numerosas familias. Muchos no tenían ni siquiera alojamiento”.
En Mayo de 1886 se montó el escenario del escarnio. Era perentorio un castigo ejemplificador: Durante uno de los cientos de actos obreros, casi cotidianos en la época, el parque Haymarket Square de Chicago fue eje de un episodio central en la historia del movimiento obrero mundial: una bomba provocó la muerte de varios policías. Aunque no se pudieron establecer responsabilidades por este acto era perentorio desactivar a la clase obrera y retirarla de las calles. Cuatro líderes anarquistas fueron acusados, juzgados y ejecutados.
Albert Parsons, tenía 39 años, había nacido en los Estados Unidos y era el director del periódico obrero “The Alarm”; August Spies también era periodista y tres veces por semana editaba el “Arbeiter Zeitung”, escrito íntegramente en alemán. Tenía 31 años. Adolph Fischer, un alemán de 30 años que también había elegido el oficio de escribir. Su compatriota Georg Engel de 50 años era tipógrafo. Aquel 11 de noviembre fueron cobardemente asesinados.
Otros cuatro trabajadores también fueron condenados por el episodio en Haymarket Square. Louis Linng -alemán, 22 años, carpintero- se suicidó en su celda. Michael Swabb -nacido en Alemania- de profesión tipógrafo, 33 años, y el pastor metodista y obrero textil Samuel Fielden, inglés de 39 años, fueron condenados a cadena perpetua. Para Oscar Neebe, un estadounidense de 36 años que sobrevivía como vendedor la pena fue de 15 años de trabajos forzados.
La justicia y el poder político-económico de los Estados Unidos decidió escarmentar a la clase trabajadora y estigmatizar a sus líderes. Aunque la historia los parió nuevamente y los nombró “Los Mártires de Chicago”.
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