El arribo al corazón del Tahuantinsuyo de la pequeña pero intrépida banda de
conquistadores liderada por Francisco Pizarro en 1532, fue un suceso definitorio
no sólo para la historia de la Sudamérica andina, sino para todo el mundo. Por
un lado, representó una etapa temprana en el choque en curso entre Occidente
y los pueblos no occidentales, que durante los cuatro últimos siglos ha sido
un tema dominante en la historia universal. Al mismo tiempo, incorporó a los
Andes, que habían estado aislados por milenios, a las corrientes más amplias del
desarrollo mudial. Sin embargo, lo hizo con devastadoras consecuencias para
los pueblos nativos, que por azar carecían de inmunidad biológica contra los
virus introducidos por los invasores del Viejo Mundo. Por otro lado, la invasión
española del Perú alteró radicalmente el curso de la historia andina. La captura
relámpago del emperador Inca Atahualpa por parte de Pizarro en la plaza de
Cajamarca, una portentosa tarde de noviembre en 1532, y la sangrienta masacre
de su gran séquito militar, decapitaron, de hecho, al jefe de un imperio dividido
que aún no había consolidado del todo su control de una enorme extensión de
la Sudamérica andina. El resultado fue la apertura del imperio a las fuerzas del
cambio radical y la «desestructuración», cuyas repercusiones actualmente siguen
resonando en los Andes.
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