Fijaos en un gato que entra por primera vez en una habitación: visita, observa, olfatea, no
está ni un momento quieto, no se fía de nada hasta que lo ha visto y reconocido todo. De
igual modo obra un niño que comienza a andar y que se introduce, por decirlo así, dentro el
espacio del mundo. Toda la diferencia estriba en que la vista del niño y la del gato coinciden
en observar las manos que le otorgó la naturaleza al primero v el sutil olfato con que dotó al
segundo. Esta disposición bien o mal cultivada hace a los niños hábiles o ineptos, torpes o
dispuestos, atolondrados o prudentes.
(...)LEER DOCUMENTO COMPLETO AQUÍ
No hay comentarios:
Publicar un comentario