Hablar
de ‘periodismo libre’ es algo así como compartir una especie de chicle mil y
una veces masticado. De puro romántico el término se nos quedó vacío, como la
transparencia a los políticos o el ‘te quiero’ a tantas parejas. Y, sin
embargo, me resisto a aparecer la palabra, como me resisto a dejar de crecer en
la democracia o en el amor. El periodismo al que me quiero aproximar en este
artículo tiene algo de los tres ingredientes: es –un poco- más libre, -algo-
más transparente y es idealista e irracional como un enamorado. Pero es una
realidad que empieza a hacerse corpórea en la forma de una infinidad de
proyectos sacados adelante por osados emprendedores – muchos les llamarían locos-. La arquitectura de su ‘alma’ tiene mucho que ver con la de las llamas
comunidades de software libre.
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