Por: Rodrigo Arce
Cuando se acuñó la frase desarrollo sostenible como el equilibrio perfecto entre las dimensiones ambientales, sociales y económicas parecía que la humanidad, por fin, había logrado la fórmula ideal para alcanzar el bienestar presente y futuro así como una comunión con la naturaleza. Aunque las dimensiones se han ido sofisticando, por ejemplo al incorporar las dimensiones culturales, institucionales, intelectuales, financieros o políticas, resulta de vital importancia analizar hasta qué medida el concepto ha contribuido a construir una visión deseable y posible.
Aunque en teoría bajo el concepto de desarrollo sostenible da un peso específico equitativo a cada dimensión en la práctica priman los componentes económicos y políticos. Es más, se diría que la lógica es asegurar primero lo económico para que todo lo demás se justifique. Entre todos los componentes se verifican alianzas fuertes entre lo político y lo económico. A veces nos queda la sensación que lo político se subordina a lo económico y en otras ocasiones lo político se funde en lo económico y ambos se hacen indistinguibles.
En todo este embrollo aparece un hermano menor que en la práctica queda siempre relegado. Nos referimos a lo técnico que queda subordinado a lo político y entendiblemente a su viabilidad económica. Pero el tema no queda ahí, sucede que a veces lo técnico intencionalmente se pone al servicio de lo político o de lo económico o queda relegado por su rebeldía al status quo. Pero lo técnico, también tiene sus cosas pues en ocasiones se resiste a convivir con su hermano político: el conocimiento local.
En todo este conflicto de poderes y de asimetrías reales, queda preguntarnos si el planteamiento de desarrollo sostenible es aséptico o es desarrollo sostenible con relación a un modelo civilizatorio. De lo que sabemos, vemos y sentimos el modelo civilizatorio actual no ha logrado el desarrollo sostenible. El boyante crecimiento económico de muchos países (aunque actualmente fuertemente golpeado) se ha realizado en detrimento del sistema atmosférico y el cambio climático es un indicador tangible que no ha habido tal desarrollo sostenible. Joan Martínez Alier está hablando incluso de la necesidad de decrecimiento sostenible de las economías de los países desarrollados.
Los países emergentes por su parte reclaman el derecho a su desarrollo y licencia para seguir aportando su cuota de emisiones de GEI aunque en pocos años algunos de estos países superarán en emisiones a los que actualmente son los mayores contaminantes. Lo curioso (¿o lo trágico?) es que todos ellos hablan del desarrollo sostenible.
Los países tienen una institucionalidad organizada en función a las variables del desarrollo sostenible. Pero habría que preguntarse: i) hasta qué punto se logra alcanzar el equilibrio entre las dimensiones del desarrollo sostenible, ii) hasta qué punto la promoción de inversiones privadas son compatibles con los objetivos sociales y ambientales, iii) hasta qué punto se logra equilibrar las políticas agrarias y de titulación de tierras con las políticas forestales, iv) hasta qué punto las políticas energéticas se armonizan con los factores sociales y ambientales. También habría que preguntarse si existe un marco legal coherente con el desarrollo sostenible, existe una institucionalidad coherente con ese marco legal y si existen las capacidades para hacer cumplir ordenada, transparente y equitativamente las normas.
Hablar de desarrollo sostenible pasa entonces por redefinir qué estamos entendiendo por desarrollo y si existen otras formas de expresión de bienestar humano y cósmico. De cara a la Cumbre Mundial de Cambio Climático en Copenhague en diciembre de este año (2009) habría que promover un amplio proceso de consulta y participación social para llevar una propuesta país consolidada y mejor aún si es que esta propuesta se construye en bloque de países. Frente a los efectos del cambio climático en todas las esferas de la vida en el planeta es importante definir cuál es el modelo de desarrollo que estamos asumiendo como país o si lo que estamos proponiendo como modelo es el más apropiado.
Las propuestas de justicia climática para que los países que más contribuyeron a generar el cambio climático asuman cabalmente sus compromisos pasa también porque nuestros propios países apuesten legítimamente por un (neo) desarrollo sostenible con expresiones de coherencia, de equilibrio, de justicia interna y de equidad intergeneracional. No podemos seguir devaluando el concepto de desarrollo sostenible. Se requiere consistencia entre la política, entre la palabra y la acción.
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