lunes, 28 de diciembre de 2009

INTRODUCCIÓN A UNA MEMORIA ARGUMENTAL DE ESTUDIOS ANTROPOLÍGICOS SOBRE CIUDADES IBEROAMERICANAS

Cuicuilco
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH)
lhernandez.cncpbs@inah.gob.mx
ISSN (Versión impresa): 0185-1659
MÉXICO
2003
Jesús Aguilar Nery

INTRODUCCIÓN A UNA MEMORIA ARGUMENTAL DE ESTUDIOS ANTROPOLÍGICOS SOBRE CIUDADES IBEROAMERICANAS
Cuicuilco, enero-abril, año/vol. 10, número 028
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH)
Distrito Federal, México

Introducción a una memoria
argumental de estudios antropológicos
sobre ciudades iberoamericanas

Jesús Aguilar Nery*

A Zindy y Tello por nuestra
complicidad con las urbes y las nubes.

RESUMEN: Memoria argumental, acotada y selectiva, para destacar las rupturas y continuidades que existen en algunos planteamientos que han definido la antropología urbana en Iberoamérica como un campo de estudio específico. Las controversias y polémicas conducen a plantear que existen múltiples antropologías urbanas que, en general, pretenden adentrarse, describir y explicar ciertos sentidos, procesos, relaciones y prácticas sociales sobre los sistemas urbanos más o menos metropolitanos.
ABSTRACT: In this paper I offer an argumental memory, annotated and selective, to emphasize the ruptures and continuities that exist in some expositions that have defined the Iberoamerican Urban Anthropology as a field of study. The controversies and polemics lead to us that multiple urban anthropologies exist. In general, the urban anthropology tries to describe and to explain certain senses, social processes, relationships and practices on the more or less metropolitan urban systems.

Las descripciones de ciudades visitadas por Marco Polo tenían esta virtud: que se podía dar vueltas con el pensamiento entre ellas, perderse, detenerse a tomar el fresco, o escapar corriendo [Calvino, 2001:52].

Este ensayo pretende ser una lectura que atienda y razone lo que algunos autores han escrito sobre lo que han llamado Antropología Urbana en el contexto ibero- americano.1 Se enfoca hacia lo que ciertos autores afirman frontalmente sobre la antropología urbana; al mismo tiempo es posible formular algunas interrogantes en torno a ella construyendo un ejercicio de autocomprensión y de debate por medio de la discusión de los textos. Una lectura de este tipo de algún modo sale, inevitablemente, a la historia, “no como un fichero, sino también, a veces, como una memoria: como una memoria argumental” [Pereda, 1994:97]. Una memoria con sus propios datos, materiales y fetiches, con rupturas y continuidades, como si se tratara de una discusión y un diálogo vivo, apasionado, racional.

LOS DATOS Y LOS MATERIALES

Disponiendo en cierto orden los objetos sobre las baldosas blancas y negras y desplazándolos uno tras otro con movimientos estudiados, el embajador trataba de representar a los ojos del monarca las vicisitudes de su viaje, el estado del imperio, las prerrogativas de las remotas cabezas de distrito [Calvino, 2001:131].

De entrada, conviene resaltar la reiteración de los discursos sobre las líneas generales que constituyen la historia de la antropología urbana como “subdisciplina” en el contexto iberoamericano, sobre todo a partir del trabajo de Hannerz [1986], por lo cual son enfocados algunos textos recientes donde se retoma explícita o implícitamente el trabajo del antropólogo sueco. La lectura parte básicamente de una selección más o menos arbitraria de textos panorámicos que han descrito recuentos de la “antropología urbana” en los años noventa, esto es, aquellas obras escritas por autores iberoamericanos, donde se sintetizan algunos textos considerados clásicos que construyen líneas de ascendencia y, de cierto modo, son la historia del campo como ha sido definido hasta el presente. Asimismo, en algunos casos fueron consultadas algunas obras originales para conocer de primera mano algunos planteamientos recientes, sobre lo que ha venido significando el campo de la “antropología urbana” desde Iberoamérica, de modo explícito en algunos casos se hace polémica con algunas interpretaciones de los autores de las panorámicas o aquellos autores que sostienen una definición explícita al respecto.
En conjunto, considero que tales materiales nos permiten perfilar lo que Feixa [1993:15 y s] llama la “tradición académico-intelectual de reflexión sobre la vida en las ciudades” que ha dado identidad particular a la “antropología urbana”.

¿ANTROPOLOGÍA URBANA?

Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen. Y sin embargo, entre la una y las otras hay una relación [Calvino, 2001:75].

A partir de la década de 1970 se empezó a utilizar el término de antropología urbana, cuyos antecedentes principales se suelen remontar a La Escuela de Chicago y La Escuela de Manchester [Feixa, 1993:15, 17; Pujadas, 1996:241; Agier, 1996:36; Bastos e Indas, 1997:322; Mairal, 1998:16; Homobono, 2000:16; Delgado, 2002]. Según Hannerz [1986:12], el primer libro con ese título apareció en 1968, en 1977 había ya cinco volúmenes con títulos referidos a esa temática y en 1972 apareció la primera revista especializada Urban Anthropology; asimismo, durante la década de los setenta apareció como materia docente en las licenciaturas de antropología social y
antropología cultural en las universidades estadounidenses y luego en las europeas [Pujadas, 2001:125].
Lo primero que advierte Hannerz [1986:12] en su revisión de la literatura angloparlante es que los textos y los practicantes de la antropología urbana divergieron en torno al campo en que se estaban moviendo. Esto mismo puede ser concluido de distintos recuentos en castellano hasta fechas recientes [Homobono, 2000]. Sin embargo, se procede como si hubiera transparencia, consenso y nula polémica en este campo. Hay quien sostiene que ya están superadas las coordenadas para situar a la antropología urbana como un campo especializado. Por ejemplo, Mairal [2001:10] plantea asumir “la normalización de la antropología urbana, y a partir de ello identificar temáticas que merecen ser estudiadas”.
Sin embargo, otro es el estado de la cuestión. Lo cierto es que en la revisión de algunos textos panorámicos, el campo temático descrito como antropología urbana ha sido definido más por comodidad que por otra razón. Debido a la notoria pluralidad y heterogeneidad encontrada, apenas se cuenta con un discurso y un lenguaje medianamente compartido. Por tanto, más que hablar de Antropología Urbana (con mayúsculas), habría que hablar de ella en plural y con minúsculas.
De hecho, parece obvia la existencia de diversas antropologías urbanas, si nos atenemos a las escuelas hegemónicas y/o periféricas que la han ido perfilando; más todavía cuando atendemos a ciertas tradiciones nacionales o lingüísticas. De acuerdo con Feixa [1993:19], la antropología urbana no es una tradición homogénea a escala mundial, sino que está constituida por tradiciones “nacionales”, mejor, unas que han sido y siguen siendo hegemónicas y otras periféricas.
Conviniendo con Hannerz, el único punto de convergencia para manifestar la existencia de esta subdisciplina fue “la manera en que los antropólogos entraron en la ciudad”, esto es, mediante “hechos externos que exigían su atención”. Como lo ha planteado, entre otros, Oliven [1980:25], los antropólogos, siguiendo a esos “otros” más o menos exóticos y lejanos que, según la división intelectual del trabajo académico, les habían sido reservados para su estudio, llegaron a la ciudad buscándolos en “las capas menos favorecidas de la población”, pues en general se contrastaban con “nosotros”, representado por los propios antropólogos, habitantes por antonomasia de las ciudades. Así, la orientación de los antropólogos recién llegados a las ciudades fue seguir un sesgo “reformista” que atendía a lo marginal, las minorías, los pobres, las desviaciones y los ambientes desestructuradores del sentido de lo social y de las personas [Oliven, 1980:32 y s; Durham, 1986:18; Hannerz, 1986: 12].
Delgado [2001] ha hecho una crítica reciente a este sesgo reformista en el contexto español,2 pero cuyo vértigo había sido reconocido por diversos autores en otros momentos y para otros contextos, así también habían reconocido algunas consecuencias de ese lastre [Hannerz, 1986:13; Pujadas, 1991:48].3


EL SÍNDROME DE ALGUNAS ANTROPOLOGÍAS URBANAS
También las ciudades creen que son obras de la mente o del azar, pero ni la una ni el otro bastan para mantener en pie sus muros. De una ciudad no disfrutas las siete o las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya [Calvino, 20001:58].

Hannerz, en la introducción a Exploración de la ciudad pondera dos preguntas para trazar el paso de una “antropología básica” (clásica) al contexto citadino. Por un lado, qué es urbano en la antropología y, por otro lado, qué es antropológico en lo urbano. Hannerz responde así a la segunda pregunta, la sensibilidad hacia la diversidad cultural, la proximidad de la vida diaria, esto lo relaciona con la observación participante como “el método principal de investigación antropológica”; asimismo, destaca la perspectiva holística de la antropología para definir sus problemas de estudio. Para responder a la primera pregunta, Hannerz [1986:14] plantea que ha sido más bien el escenario donde se ubican los fenómenos y no el foco de atención. De esta última premisa, pretende construir una “estructura de ideas coherente y unificadora para el estudio de urbanismo mismo, sea lo que fuere que esta frase quiera decir al final”.4 En este caso, la opacidad y una perplejidad es lo que se puede constatar en ambas respuestas, como el propio Hannerz lo expresa al especificar “estudio de urbanismo mismo, sea lo que fuere que esta frase quiera decir al final”.
Precisamente esta opacidad es la característica que me interesa destacar en las siguientes líneas como un síndrome de ciertos planteamientos en los que diversos autores trazan sin definir explícitamente, sino apenas esbozando, a la antropología urbana, a partir de atender dos elementos principales, el objeto de estudio y la metodología.
A partir de seguir de cerca la tradición británica de la antropología social, Hannerz [1986:21] determina como su objeto de estudio a las relaciones sociales.
De este modo, define al urbanismo como “un tipo característico de sistema de relaciones sociales”. Más adelante, plantea: “la ciudad es [...] una colección de individuos que existen como seres sociales primordialmente a través de sus papeles y que establecen relaciones unos con otros a través de éstos”. Así, la estructura social de la ciudad “consiste en relaciones que vinculan a las personas a través de diversos componentes de sus repertorios de papeles” [ibid.:279]. Si bien Hannerz es consciente de no exponer una definición explícita, ni dar una definición precisa de lo que entiende por antropología urbana, su propuesta de definirla atendiendo al objeto y al método general de la antropología —la cual desarrolla en sus primeros capítulos— permite vislumbrar elementos como el énfasis en las redes de relaciones sociales, entendidas como dominios de papeles posibles que cada persona realiza en las situaciones en las que interviene, mientras por el método apunta hacia dos grandes elementos, la etnografía y la observación participante. Sin embargo, en los últimos capítulos de su libro propone una perspectiva que desborda su planteamiento inicial. Concluye proponiendo una estrategia que abreve en la historia, la microsociología, la geografía y la vertiente culturalista norteamericana como puntales para construirla. Por lo anterior, el antropólogo sueco reconoce su falta de precisión al definir la antropología urbana desde una perspectiva situacionalista y relacional, y con ello, falla en su propuesta de construir una “estructura de ideas coherentes y unificadora para el estudio del urbanismo mismo” que se había propuesto al inicio de su texto. Hannerz elude dar una definición explícita, pero esboza una especie de “supradisciplina” sintetizadora de enfoques relacionales y culturalistas, aderezados con otros aportes disciplinares que, en el mejor de los casos, configurarían una visión multidisciplinaria sobre las ciudades, sin embargo, no queda del todo claro en el texto del antropólogo sueco. En cualquier caso, convengo con Hannerz en que una antropología urbana tiene que incorporar otros horizontes si no quiere sucumbir en fáciles simplificaciones o reduccionismos. Por ejemplo, si una de sus categorías fundamentales es lo urbano no puede desconocer lo que se ha escrito desde la geografía humana, el urbanismo, los “estudios culturales”, la sociología y la historia. No pretendo que la antropología se convierta en una vasta macroteoría, como sugiere Hannerz, si ello fuera posible. Apenas defiendo que sin duda madurará si aprende a mirar otras disciplinas y ámbitos, otras indagaciones y polémicas, siempre que le sean pertinentes.
Pujadas [1991:49] retoma, en parte, las ideas de Hannerz respecto a intentar precisar el campo de la antropología urbana en relación con el objeto y el método.
Parafraseando a Evans Pritchard, Pujadas plantea que no es el lugar ni el tipo de personas estudiadas lo que definirían los estudios de antropología urbana, “no es tanto el objeto o el escenario urbano aquello que permite acotar el ámbito de la antropología urbana, sino más bien una cierta perspectiva […] relacional”; es decir, no es el objeto sino una cuestión de método —sostiene este autor— lo que define a esta subdisciplina; como lo reitera en sus conclusiones, se trata de una “perspectiva metodológica nueva (problematizante, complejizante o relacional)” [Pujadas, 1991:71]. En otro trabajo, el autor cambia de opinión, ampliando su postura acerca de si es una cuestión de método el rasgo principal para definir la antropología urbana. Según él, el qué y el cómo de esta disciplina es un “doble criterio epistemológico y metodológico, que coincide con lo que Hannerz definió como perspectiva relacional” [cursivas del autor]. Es decir, “un enfoque que pone en relieve los procesos de interacción e interdependencia de las instituciones. Tal vez en eso consistiría el qué y el cómo de la Antropología Urbana” [ibid., 1996:241]. La confusión entre dimensiones epistemológicas y metodológicas, así como la ambigüedad es lo que hace evidente este autor; además de una perplejidad en su conclusión, claramente escéptica en este último trabajo, preguntándose si vale la pena seguir sosteniendo esta especialización, “cuando las ciudades […] constituyen simples nódulos dentro de una red global”.
En el extremo de la opacidad puede leerse el texto de Homobono [2000], quien más ambiguo y confuso, haciendo eco de la oposición entre antropología de y en la ciudad, va mencionando reseñas o comentarios de libros sin un orden claro, y sobre todo aparenta tomar una posición neutra, meramente descriptiva. No obstante, asume un eclecticismo que no hace siquiera explícito y apenas insinúa una perspectiva interdisciplinaria. De hecho, su texto es tan amplio que no sólo termina haciendo más confusa la dicotomía que utiliza, sino que en su referencia a “la antropología urbana de Euskal Herria” da una apretada visión sobre ámbitos disímbolos teniendo a la ciudad como escenario, como objeto y como pretexto —según él— desde perspectivas antropológicas y sociológicas. Por tanto, su inventario conduce a un mayor enrarecimiento del campo y al escepticismo, en el mejor de los casos, y con ello pone en duda la existencia de tal subdisciplina. Sin embargo, la lección a rescatar de su texto es que no hay, justamente, una sola antropología urbana.

¿ANTROPOLOGÍA URBANA, ESTUDIOS URBANOS O ANTROPOLOGÍA DE LOS ESPACIOS PÚBLICOS?

De mi discurso habrás sacado la conclusión de que la verdadera Berenice es una sucesión en el tiempo de ciudades diferentes, alternadamente justas e injustas. Pero lo que quería advertirte es otra cosa: que todas las Berenices futuras están ya presentes en este instante, envueltas la una dentro de la otra, comprimidas, apretadas, inextricables [Calvino, 2001:169].

Un asunto relevante en torno a la definición de la “antropología urbana” es la manera de construir el binomio. La mayoría de autores traza una línea directa, no siempre explícita, entre lo que significa la antropología en general, para luego añadir lo que se entiende por lo urbano, sin embargo, hay dificultades en construir de modo consistente el trazo entre las definiciones generales y particulares, así como en los resultados de la conjugación. Esto es evidente, por ejemplo, en autores iberoamericanos como Carles Feixa, Manuel Delgado y Néstor García Canclini. Estos autores presentan una definición explícita, pero se trata de tres versiones distintas de concebir el binomio de la antropología urbana.
Feixa [1993:14-17] sostiene una mirada amplia sobre la configuración de los discursos antropológicos acerca de las ciudades, desde una perspectiva mexicana, pero que también incluye algunos comentarios de otras tradiciones, a las cuales agrupa como nacionales, y de la antropología urbana en general. Para Feixa [1993:16], la existencia fáctica de la antropología urbana se puede trazar a partir tanto de la historia interna de este campo como de su historia externa; es decir, mediante un doble vínculo que puede entenderse como una tradición que mezcla tramas de teorías y prácticas institucionalizadas que han ido constituyendo el proceso de especialización. Su noción de tradición “no supone una definición de fronteras precisas, ni excluye la existencia de una pluralidad de enfoques y perspectivas”. Aunque más adelante reconoce que el objetivo de la disciplina —la antropología sin adjetivos— es la “comprensión de problemas relativos a la cultura humana en su conjunto”; especifica que la antropología urbana se distingue de otras especialidades por su “focalización en los aspectos culturales de la vida urbana”. Según Feixa, esto último concebido más como un énfasis diferencial que uno de corte epistemológico, aunque no precisa a qué se refiere con “énfasis diferencial”.
Convengo con Feixa, en que desde el punto de vista de su historia externa, la acotación institucional ha sido el pilar para construir la referencia de facto de la antropología urbana. Difiero en que sea así desde la historia interna de la “disciplina”.
La antropología urbana no ha constituido una matriz disciplinaria compartida, como hemos visto en páginas previas. Un ejemplo en este sentido es el trabajo de Arias [1996], quien tituló su ensayo “La antropología urbana ayer y hoy”, su recuento de ciertos trabajos realizados en México podrían clasificarse mejor como de antropología del trabajo, pues no da una definición de lo que entiende por antropología urbana, sino que sólo la ubica a partir de los trabajos de Robert Redfield, Oscar Lewis y Larissa Lomnitz. Según Arias, la antropología urbana en México ha puesto énfasis en la territorialidad de los procesos productivos y en la cotidianidad de la construcción de identidades; de ahí que en su exposición clasifique vertientes tales como la “historiografía de la clase obrera, la cultura obrera, los procesos de trabajo y los mercados regionales de trabajo”, las cuales no duda en ubicar como pilares de la antropología urbana y no como una antropología del trabajo o una antropología industrial. Lo anterior seguramente hace referencia a la antropología urbana más por alguna suerte de acotación institucional y disciplinaria que ha formado cierta tradición. No está mal para comenzar, pero eso es apenas un punto de partida y no de llegada, como lo ha planteado, por ejemplo, Mairal [2001].
Por su parte García Canclini [1995:92y s] sostiene que los antropólogos volcados a las ciudades debemos “recurrir a nuestra destreza para ser especialistas de la alteridad”. De tal manera, el antropólogo argentino-mexicano define a la antropología como el estudio de los otros. Siguiendo a Augé [1996:23], la cuestión central del debate antropológico es ¿quiénes son los otros? Pero a diferencia de la escala tradicional “micro” en la vertiente de la antropología exotista, esta preocupación no debe distraer del verdadero objeto de estudio. Se trata, entonces, de “ver qué le pasa a lo que creíamos lo mismo cuando se ‘altera’ en los cruces con lo otro. Nos interesa la ciudad globalizada como escena multicultural”.
Debido a que en la ciudad lo otro ya no es lo territorialmente lejano y ajeno, sino la multiculturalidad constitutiva de la ciudad en que habitamos. Lo otro lo lleva dentro el propio antropólogo, en tanto participa de varias culturas locales y se descentra en las transnacionales. Los problemas actuales de una antropología urbana no consisten sólo en entender cómo concilia la gente la velocidad de la urbe globalizada con el ritmo lento del territorio propio. Nuestra tarea es también explicar cómo la aparente mayor comunicación y racionalidad de la globalización suscita formas nuevas de racismo y exclusión. Se trata de imaginar cómo el uso de la información internacional y la simultánea necesidad de pertenencia y arraigo local pueden coexistir sin jerarquías discriminatorias en una multiculturalidad democrática.
En las últimas líneas García Canclini [1999a:61] se ha ido deslizando del estudio de los otros hacia un planteamiento más general sobre la cultura, es decir, el estudio de los procesos de producción, circulación y consumo de significados y del sentido social (entre otros, los imaginarios y las ideologías) de vivir en las ciudades.
El autor establece este viraje hacia una “visión de conjunto sobre el significado de la vida en ciudad” relacionado con la fusión de la antropología urbana en una categoría más general: los estudios urbanos. En otro trabajo, García Canclini [1999b:40] ha dejado claro este desplazamiento del objeto de estudio antropológico, el paso del estudio de la identidad hacia el de la heterogeneidad y la hibridación cultural, así como al estudio de los espacios de intermediación cultural y sociopolítica.
Para García Canclini [1995:90] las incertidumbres compartidas por otras ciencias sociales acerca de qué es una ciudad y cómo estudiarla, exigen reorientar el conjunto de los estudios urbanos para propiciar condiciones del trabajo inter o transdisciplinario, las condiciones teóricas y metodológicas en las que los saberes parciales pueden articularse.5
En el mismo sentido de García Canclini se expresa Low [1996:383 y s] en una reciente revisión de la literatura anglosajona de los estudios antropológicos que imaginan y teorizan sobre las ciudades. En el discurso de los estudios urbanos la voz de la antropología ha sido poco escuchada y no ha tenido un impacto importante en los debates y menos aún en la elaboración de políticas públicas, a pesar de que muchos estudios antropológicos han contribuido activamente al conocimiento de la pobreza urbana, la migración, las relaciones laborales, los significados de la experiencia urbana, los cambios socioculturales, etcétera. De acuerdo con Low, tal vez lo que caracteriza en gran medida a las investigaciones de corte antropológico es que se distinguen por establecer vínculos entre la experiencia individual y los procesos sociopolíticos y económicos, así como la significación cultural de los entornos urbanos entre distintos grupos sociales. Reconociendo que la ciudad es un sitio donde los procesos sociales se intensifican y densifican, es un foco de mani-
festaciones culturales y sociopolíticas heterogéneas, asimismo, es el espacio de las prácticas cotidianas de la mayoría de habitantes de las sociedades actuales, lo que supone una aproximación a una heterogeneidad de experiencias de vivir en las ciudades [Safa, 1993, 1998]. Pero no se arguye en favor de un esencialismo de la ciudad o de lo urbano, sino en favor de entender las relaciones sociales, económicas, políticas y simbólicas expresadas en la ciudad, entonces, se pretende comprender la ciudad como un proceso y no como una categoría o modelo fijo y general.

Para Delgado [1999:26], la antropología urbana debería presentarse como una disciplina que estudia los espacios públicos, esto es, aquellas “superficies en que se producen deslizamientos de los que resultan infinidad de entrecruzamientos y bifurcaciones, así como escenificaciones coreográficas”. Sin embargo, Delgado en Animal público [1999:10] expone varias definiciones de lo que para él debería ser tal disciplina mediante una retórica poco rigurosa. En cierto momento plantea que la antropología urbana tiene como objeto de conocimiento “la vida cotidiana de personas ordinarias que viven en sociedad”. De hecho, la última definición le sirve para plantear que ese conocimiento de la vida cotidiana es lo que ha sido el objeto de conocimiento de la antropología general. Sin embargo, en un trabajo más reciente [Delgado, 2002] precisa su concepción de antropología urbana, retomando algunas ideas de su ensayo previo. Define de modo más claro que la antropología en general “nació con la vocación de estudiar lo específicamente propio de la sociedad humana, es decir la cultura”. De tal modo, Delgado señala que si hay una cultura urbana:

[...] ésta sería más bien una tupida red de relaciones crónicamente precarias, una proliferación infinita de centralidades muchas veces invisibles, una trama de trenzamientos sociales esporádicos, aunque a veces intensos, y un conglomerado escasamente cohesionado de componentes grupales e individuales.6
Por lo anterior, la antropología urbana estaría enfocada a:
[...] atender estructuras líquidas, ejes que organizan la vida social en torno suyo, pero que no son casi nunca instituciones estables, sino una pauta de instantes, ondas, situaciones, cadencias irregulares, confluencias, encontronazos, fluctuaciones [...].

En este sentido, Delgado [1999:27] promueve una definición que atiende a lo provisional, lo fluctuante, cuyo objeto de estudio son las “inconsistencias, inconsecuencias y oscilaciones en que consiste la vida pública en las sociedades modernizadas”. El sujeto de estudio de tal antropología sería el homo viator, gentes en tránsito continuo, siempre de paso —solos o acompañados—, paseantes a la deriva, extranjeros, trabajadores y vividores de la vía pública, peregrinos eventuales, viajeros de autobús, enemigos públicos, nubes de curiosos, masas efervescentes, etcétera, es decir, “los actores de una alteridad que se generaliza”. Por tanto, Delgado desplaza su mirada de las ciudades hacia lo estrictamente urbano, los sujetos del espacio público siempre en movimiento, entendidos como usuarios del mismo, los cuales opone a los moradores de la ciudad, y con ello, no duda en postular a la antropología urbana como una “una ciencia social de las movilidades”.7
Delgado nos propone una definición novedosa de antropología de los espacios públicos como sitios de lo inaprensible, en permanente mudanza; una disciplina que dispara a un blanco en movimiento, algo que se evapora y va permanentemente haciéndose sobre la marcha, una antropología urbana donde —expresado con una frase de Marx— “todo lo sólido se desvanece en el aire” [Berman, 1989]. De momento, resta esperar ejemplos donde el autor haga operativa su “etnografía del espacio público”, pues sin duda la dificultad de narrar el movimiento levanta una sospecha, ¿cómo superar la tensión entre la fijeza de la escritura y el fluir de la vida social? Tal vez este es el reto al que se enfrenta la propuesta de Delgado.

ARCHIPIÉLAGOS URBANOS Y MIRADA ANTROPOLÓGICA.
CONSIDERACIONES FINALES

A Mariana.

El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio [Calvino 2001:171].

En este breve ensayo he intentado construir una memoria argumental, acotada y selectiva, para destacar las rupturas y continuidades que existen en algunos planteamientos que han definido la antropología urbana desde un contexto iberoamericano como campo de estudio específico. Al final, en conjunto, parecen ofrecer la imagen de islas integradas más o menos congregadas a prudente distancia de reflexiones sobre la vida urbana y las ciudades; por extensión, archipiélagos urbanos.
Una de las hipótesis seguidas en este trabajo es que cierta vitalidad de la antropología urbana ha descansado, paradójicamente, en su ambigüedad y en su reformulación continua. Tales rasgos han permitido configurar cierta memoria argumental en torno a la definición más bien porosa de la antropología urbana, que la ha transformado en una noción intensamente inestable respecto de las redes en las que se inscribe.
De acuerdo con lo revisado, debemos pluralizar el término de antropología urbana. De las revisiones panorámicas y más explícitas, queda claro que no hubo, ni hay, definiciones unívocas para definir a la Antropología Urbana con mayúsculas. Lo que resulta evidente es la existencia de varias maneras de conceptualizarla, de practicarla y de perfilar sus componentes. Quizá en el extremo quede en duda si constituye una subdisciplina, porque existen notables diferencias entre autores y corrientes teóricas acerca de lo que significan los conceptos básicos, por ejemplo, urbano, cultura, ciudad, así como la manera de abordar los fenómenos. Pudimos ver cómo la definición de antropología urbana está significando y operando en conflicto o en franca contradicción en varios autores. En ciertos casos se entiende como el estudio de los espacios públicos, lo relacional, lo cotidiano, lo espacial, lo cultural. De cada uno de los conceptos (cultura y urbana) se puede decir otro tanto. Son conceptos como muchos otros que se han vuelto particularmente inestables. Aquí no se está insinuando que los sentidos y las tácticas de operación sean establecidos y fijados para siempre —si ello fuera posible—, sino se está defendiendo que ahí donde se despliega el particular sentido de un concepto y su trama conceptual asociada, hay otros sentidos, tramas y memorias con los que establece una relación tensa, polémica, en el mejor de los casos, que en principio pueden echar a andar ciclos argumentales en torno a ir configurando razonablemente eso que llamamos antropología urbana. Pero precisamente eso no se está haciendo aquí, es mejor guardar silencio, o más aún, una respetuosa indiferencia reciproca y actuar como si hubiera acuerdo pleno y consenso.
La propuesta de realizar una lectura argumentada, tal como la desarrollé, no pretende conducir hacia la determinación del horizonte por el cual debe ser definida y proyectada la antropología urbana, como si se tratara de recobrar la senda extraviada, para colocarnos en el espacio de las referencias y definiciones precisas, fijas y generales. Otro es el propósito. El interés se dirige hacia los temas, problemas y perplejidades que se plantean desde una “antropología urbana iberoamericana” a partir de la definición y construcción de tal campo. Un paso siguiente sería preocuparnos por los esquemas-guías de investigación, los modelos de argumentación, que subyacen en esas formas de acercarse a ciertos temas y problemas, desde las diversas antropologías urbanas —pero eso es asunto de otro trabajo.
En todo caso, lo que hay que dejar claro es la existencia de ciertas tradiciones antropológicas que siguen un conjunto de rutas, problemas, preguntas y estrategias metodológicas, más o menos próximas unas a otras, y en cierto modo, en competencia por definir el campo disciplinario del estudio antropológico sobre lo urbano y las ciudades. Las diferencias, controversias y polémicas nos conducen a plantear que existen múltiples antropologías urbanas que, en general, pretenden adentrarse, describir y explicar ciertos sentidos, procesos, relaciones y prácticas sociales en los sistemas urbanos más o menos metropolitanos.

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1998 Vecinos y vecindarios en la ciudad de México, México, CIESAS, UAM, M. A. Porrúa.

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* Universitat Rovira i Virgili.
1 Agradezco el apoyo para realizar este escrito al Instituto Internacional de Educación y a la Secretaría de Educación Pública en el marco de su Programa de Becas Complementarias para mexicanos que realizan estudios en el extranjero.
2 Delgado rastrea algunas relaciones entre la antropología urbana española y la Escuela de Chicago para criticar su “filantropía reformista”. Delgado [2001:100, 105-113] destaca que el seguimiento de la Escuela de Chicago ha sido principalmente en su vocación “moral y moralizante” con cierto perfil de activismo salvacionista de base cristiana, y con ello, califica a la antropología urbana como una “disciplina reformista”. Aún dentro del contexto español, creo que la crítica es exagerada, pues algunas vertientes de la antropología en o de la ciudad no caen en este marco reformista, por ejemplo, los estudios sobre el asociacionismo y la amistad [Cucó, 1995, 1991; Escalera, 1990], los de antropología industrial y de la empresa [Esteva, 1984; García J., 1996; Roca, 1998], los estudios sobre las identidades y las fiestas (Moreno [1985], entre otros), o los de élites [McDonogh, 1986].
3 Convengo con Delgado [2001], respecto a que en la inmensa cantidad de estudios realizados bajo el manto de “antropología urbana” hay cierta correspondencia asociada con el estudio de lo marginal, las desviaciones y las patologías, y con ello, se ha reducido la perspectiva desde la cual se escribe, esta mirada además evalúa de modo negativo, generalmente, la vida urbana; como si no existieran experiencias urbanas positivas y plenas de sentido. Por tanto, hay pocos estudios antropológicos que valoren de modo positivo a las ciudades.
4 Otro modo de plantear el sentido de la asociación entre antropología y lo urbano, Hannerz [1986:14] lo realiza planteando si los antropólogos urbanos pueden considerarse como “urbanólogos con un conjunto particular de instrumentos” o como “antropólogos que estudian un tipo particular de ordena miento social”.
5 García Canclini se pregunta qué distingue lo que dice la antropología de las ciudades de lo que pueden conocer otras disciplinas como la sociología, el urbanismo y la semiótica. Mientras el sociólogo, por ejemplo, habla de la ciudad, el antropólogo deja hablar a la ciudad, sus observaciones minuciosas y entrevistas con profundidad, su modo de estar con la gente, buscan escuchar lo que la ciudad tiene que decir. Esta dedicación ha sido metodológicamente fecunda; sin embargo, desde el punto de vista epistemológico despierta dudas. García Canclini [1995:90] se pregunta ¿qué confianza se le puede tener a lo que los pobladores dicen acerca de cómo viven? ¿Quién habla cuando un sujeto interpreta su experiencia, el individuo, la familia, el barrio o la clase a los que pertenece? Responde que una antropología urbana debe hacerse cargo de las múltiples prácticas que transforman la ciudad: las prácticas “reales”, dispersas, que registran las encuestas o el trabajo de campo y los discursos que las reunifican o segregan en el imaginario urbano, y con ello, le propone al antropólogo situarse en “la intersección de hechos y discursos.
6 Delgado propone que lo urbano está fundado “por todo lo que se opone a no importa qué estructura solidificada, puesto que es fluctuante, aleatorio, fortuito, escenario de metamorfosis constantes, es decir, por todo lo que hace posible la vida social, pero antes de que haya cerrado del todo tal tarea, justo cuando está ejecutándola, como si hubiéramos sorprendido a la materia prima de lo social en estado todavía crudo y desorganizado, en un proceso, que nunca nos sería dado ver concluido, de cristalización.”

jueves, 17 de diciembre de 2009

Comunidad Campesina de Chachapoya - Cusco











Distrito de Checacupe - Canchis - Cusco

Pertenece a la provincia de Canchis, y forma parte de la jurisdicción de la Región del Cusco. Y como casi todos los pueblos de la Región Cusco esta dentro de la ruta turística que comúnmente recorren los forasteros.
Según las referencias relacionadas a este distrito esta a una altura de 3450 mnsn. Para muchos tiene un clima muy templado, por ello uno puede encontrar todos los productos de pan llevar, tienen por crianza ganado vacuno y ovino en menor cantidad, esta rodeado de plantones de eucalipto, molle, etc.

Checacupi es uno de los distritos que cuenta con lo suyo, en materia de atractivos turísticos. Mantiene viva sus costumbres y tradiciones, formas de cultivo, semilla nativa de todos los productos, creencias, cosmovisión, por sobre todo sus habitantes son tan hospitalarios y amables.
Lateralmente atraviesa el Rio Pitumayo Agua que viene del nevado Ausangate. Cuenta con parajes increíbles y únicos que asombran la vista del visitante.
Por ello nuestro reconocimiento y homenaje a este pueblo que en el momento que estuvimos en ella nos supieron brindar todas sus atenciones.
Muchas gracias por todos hermanos y hermanas del distrito de Checacupe. A seguir trabajando que el futuro es nuestro. 

Según la información este distrito fue creado en el año de 1833, en un 14 de octubre.

Aqui presentamos algunas imágenes que demuestran esta belleza.

Luz el puente Colonial de Checacupe.
Una de los hacentamientos humanos del distrito.
Puente Colonial visto desde un  ángulo distinto.

Aguas del Río Pirtumayo.

Templo Colonial.

Plaza principal y la Municipalidad de checacupe

Mural de la Escuela de Bellas Artes  "Diego Quispe Tito"

Cruz que representa a la Ley Divina.

Plaza de Armas de Checacupe.

Plaza de Armas.

Frontis de Templo Colonial desde otro ángulo.

El autor.

Puente colonial trabajado en función de Cal y Canto.
Panorama del Puento y un fondo espectacular

Río Pitumayo con aguas turbulentas.

Capilla del Patrón San Lorenzo.

Comunidad Campesina de Ccayocca, Checacupe - Cusco

COMUNIDAD CAMPESINA DE CCAYOCCA

Ubicada en el margen derecho del río Vilcanota. Ccayocca pertenece al distrito de Checacupe y a la provincia de Canchas, el que esta circunscrito dentro del departamento del Cusco.


Comunidad que cuenta con una cantidad de 50 a 60 familias. Vive exclusivamente de la producción agrícola y complementado con la crianza de animales: vaca, ovejas, algunas cabras y en cada vivienda cuentan con pequeños animales como son: gallinas, cuyes, algunos patos.

Los habitantes de esta población viven del cultivo del maíz blanco que de alguna manera les genera algunos ingresos para la familia, a la vez complementan la dieta alimentaría con productos que tienen a mano y como la papa, maíz de “tostar”, maíz amarillo, habas, cebada. Cuentan con agua entubada que llega hasta cada uno de los domicilios de los Ccayoquinos.


Del mismo modo su población vive con una esperanza y un ánimo único de seguir viviendo. Algunos de ellos en alguna temporada se desplaza hacía de las minas de oro que existe dentro del sur del país y muchos de los hombres de la comunidad migran hacia ciudades próximas para poder hacer labores diversas y poder costear los estudios de los hijas e hijos. El Ccayoquino es una persona de gran corazón, amable y por sobre todo mantiene sus costumbres, el respeto para con los demás.

Como población que vive aledaño al río Vilcanota con esfuerzo propio han desarrollado una propuesta de reciclaje de la toda la basura que generan, dentro de la comunidad se han ubicado algunos tachos donde depositan los deshechos, para luego poder llevar a un pequeño relleno sanitario que ellos y ellas han construido.
Un abrazo y un agradecimiento a todos los hijos e hijas, de esta pujante comunidad campesina, especialmente a Valerio Lima Navarro y al Presidente de esta comunidad Campesina señor German Lima Montalvo, que nos han permitido dialogar con ellos; Ccayocca tiene cientos y cientos de años y es una muestra palpable del Perú real.