sábado, 24 de enero de 2009

Jesús Martín-Barbero propone nuevas formas de investigar la comunicación y la cultura

Escrito por Processocom em Junho 19, 2008
El teórico de la comunicación y autor de De los medios a las mediaciones (G. Gili, 1987), Jesús Martín Barbero propone claves para la investigación en comunicación y cultura invitado por la Cátedra Unesco de Comunicación InCom-UAB, el 8 de mayo en la Fundación Cidob.
¿Cómo investigar las políticas culturales y de comunicación sin toparnos con lo que está sucediendo en la política? ¿Cómo pensar juntas la comunicación y la cultura cuando las instituciones las separan de forma radical? Con estas interrogaciones iniciaba el profesor emérito de la Universidad Javeriana de Bogotá Jesús Martín Barbero un seminario para investigadores en políticas de la cultura y la comunicación.
El experto anima a estudiar las construcciones simbólicas del sentido y a diluir la dicotomía que supone pensar la cultura como la dimensión auténtica o la expuesta en los museos, y la comunicación como la dimensión liviana o el plagio.
Sus líneas de investigación huyen del determinismo tecnológico y del pesimismo cultural: “Hay que investigar lo que nos dé esperanza, y como dijo Benjamin, la esperanza se nos da a través de los desesperados: hoy hay muchos desesperados en América Latina con gran imaginación y buscando una transformación radical de lo que es hacer política”, afirmó.
Martín Barbero propone investigar los cruces entre las dimensiones de cuatro agentes principales: lo público, las industrias, el mercado y el tercer sector o sector independiente, donde crece la creatividad. “Lo público ha sido fagocitado por lo estatal provocando la decadencia de lo social y de su heterogeneidad. Ante medios de comunicación ventrílocuos necesitamos políticas que permitan la expresión de otras voces. El desafío fundamental de las políticas públicas es plantearse la heterogeneidad de lo social”, advirtió.
Por lo que respecta a las industrias culturales, el experto insta a no confundirlas con la legitimidad del mercado: “La industria no es un puro producto del mercado sino que también se constituye desde la política”, afirmó. Y considera muy pertinente trasladar al campo de la cultura el concepto de desarrollo sostenible. En este sentido, calificó a las convenciones de la Unesco como “textos sin dientes” en la medida que carecen de capacidad de interpelación con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Jesús Martín Barbero también sugirió pensar las temporalidades de los procesos culturales. Por ejemplo, desde la capacidad de las colectividades culturales para negociar en los ámbitos que les afectan; así como desde los relatos identitarios: “Una cultura sólo es tenida en cuenta por otra si la otra no sabe contarse, la identidad no es un hecho sino un relato. Las culturas permanecen vivas mientras se comunican entre ellas, siendo la comunicación una dimensión constitutiva de la vida cultural y no sólo su exhibición”, arguyó.
Por último, el profesor y asesor político insta a estudiar el tercer sector de la comunicación como proceso relacionado con la vitalidad de la cultura: “No podemos investigar los medios de comunicación comunitarios fuera del nuevo paradigma de la comunicación: la red, la interfaz o los nodos, en contraposición al paradigma de Shannon de emisor-mensaje-receptor”, explicó. Para Barbero, los medios de comunicación comunitarios son un agente social que piensa su lugar y lo transmite, generando procesos de ciudadanía y creando tejidos que suponen una reinvención de la democracia.

Cultura y mundialización en el contexto iberoamericano* Mª del Rosario Fernández Santamaría

Aparece en la presentación de este coloquio una frase de M. Wolton que ha llamado especialmente mi atención por creer firmemente en el papel fundamental que atribuye a la cultura en la consecución de la paz, dice: "organiser la cohabitation culturelle est une des conditions de la paix". Fomentar esa convivencia pacífica entre las culturas de los países que conforman la Comunidad Iberoamericana de Naciones y potenciar el diálogo de ésta con otros espacios culturales es uno de los objetivos de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, conocida también por sus siglas OEI, Institución a la que represento.
Iberoamérica, al igual que la Francofonía, es fruto de la historia, de una historia que con encuentros y desencuentros comenzó a fraguarse hace mas de 500 años y que significó el establecimiento de una base cultural, lingüística, social y religiosa común, una identidad cultural en suma, que ha permitido una convivencia en paz, pese a las diferencias étnicas que muchos de sus países encierran, al tiempo que se han mantenido y desarrollado sus raíces precolombinas, llegando a nuestros días con una pujanza nueva, en la que la diversidad de sus culturas se valora como riqueza propia, con la que oponerse a la homogeneización predicada como una de las consecuencias negativas de la mundialización.
Pero si Iberoamérica es fruto de una larga historia, el concepto de Comunidad Iberoamericana de Naciones es, sin embargo, mucho más reciente. Su primer germen está constituido precisamente por la OEI, creada como organismo de cooperación técnica en el año 1949, un año después de la UNESCO. De entonces a acá ha venido desempeñando un papel articulador de este espacio en las áreas de su competencia, a través de intercambios de experiencias, debates, diálogos, fortalecimiento institucional, formación de formadores, etc. Seguramente no somos demasiado ajenos a que en la región se haya alcanzado la práctica universalización de la educación básica y una igualdad de sexo en el acceso a la misma. No obstante quedar aún mucho por hacer.
La primera vez que se utiliza la denominación de Comunidad Iberoamericana de Naciones es en el año 1985, pero su real desarrollo comienza a partir de 1991 con la celebración de la primera Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que tuvo lugar en Guadalajara, México. Y como el camino se hace al andar, como diría nuestro poeta Machado, es a partir de ese momento cuando comienza la construcción de esa Comunidad pero pese a lo ambicioso de las declaraciones de los Presidentes no ha sido dotada de un soporte fuerte institucional hasta hace un año, con la creación de la Secretaria General Iberoamericana, que viene a dar el impulso de continuidad política del que parecían carecer esas Cumbres, ya que hasta ese momento su contenido mayoritario había estado centrado en el área de la cooperación.
Las Lenguas oficiales son el español y el portugués. Veintidos países conforman esta Comunidad, repartidos en dos continentes, diecinueve en América y tres en Europa: España, Portugal y la recientemente incorporada Andorra. Un dato característico de esta Comunidad es su continuidad en el espacio geográfico. En América cualquier viajero puede recorrer desde el Rio Bravo, al Sur de los Estados Unidos, hasta la Patagonia hablando un solo idioma, o en su caso dos, si atraviesa Brasil; en cualquier caso dos lenguas absolutamente próximas. En Europa los tres países se concentran en la Península Ibérica.
Se trata de una Comunidad culturalmente autoidentificada, que comparte valores y aspiraciones con otros espacios culturales y muy especialmente con la francofonia y la lusofonía, a través del establecimiento de una gran alianza, denominada "Tres espacios lingüisticos", iniciada a instancias, precisamente, de la Organización Internacional de la Francofonía y de la que además forman parte la Comunidad de los Países de Lengua Portuguesa y la Unión Latina.
Tres espacios que compartimos no sólo afinidades lingüisticas, sino también históricas y sociales, llamados a ejercer influencia en el reconocimiento de los derechos culturales universales, como ya se puso de manifiesto en el debate mantenido en torno a la Convención para la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales, aprobada recientemente en el seno de la UNESCO.
Es una respuesta a la tradicional transfronteralidad, hoy inevitable mundialización, que al tiempo que establece estructuras de intercambio, debe establecer también unas reglas del juego que permitan el fortalecimiento de los rasgos distintivos de las culturas, junto con su desarrollo creativo.
Cada uno de estos espacios contiene a su vez, como Vds. saben bien, muchos otros espacios idiomáticos que pueden incluir a su vez variedades enraizadas en la identidad comunitaria.
Podría parecer un tópico, pero sin lugar a dudas es una realidad, que hemos ingresado en el siglo XXI viviendo un proceso de cambio en distintos órdenes: las nuevas tecnologías aceleran de un modo vertiginoso su avance, cambiando el concepto espacio-tiempo; las innovaciones científicas, el genoma humano, las células madre, la clonación; la internalización de la economía y la deslocalización de los mercados financieros, etc., todo ello contribuye y forma parte del complejo fenómeno denominado "mundialización", al que las culturas no sólo no le son ajenas, sino que además son un factor determinante del mismo.
Aun cuando existe una homogeneización en la producción y en el diseño de mercados de consumo, una distribución desigual y una serie de intercambios asimétricos entre Estados y regiones, en la apropiación y reapropiación de los objetos y significados que se efectúa cuando estos transitan de una sociedad a otra, se produce un desplazamiento tanto de la función como del significado. En ese tránsito el objeto se transforma y la cultura se presenta entonces asociada a la noción de "fuerza productiva".
Uno de los efectos o resultados de ese proceso de mundialización ha sido el desdibujamiento del Estado.nación en su concepción tradicional, con unas fronteras delimitadas en función de un territorio y una cultura nacional como factor de identidad. Hoy el concepto se ve superado por la necesidad de agruparse en bloques regionales y por los movimientos internos locales que reafirman su idiosincrasia de manera competitiva o complementaria, buscando el reconocimiento de su identidad propia. Ese reconocimiento que hace que en el decir de Eduard Delgado, al referirse a Iberoamérica exprese: "Hoy se habla de sociedad del conocimiento, pero en realidad es una sociedad que tiene como carencia el reconocimiento".
La articulación de la pluralidad necesita, pues, de un reconocimiento, pero también de una base de equidad para establecer lazos entre proyectos culturales y la realidad es que mientras predicamos la igualdad entre las personas, no sucede lo mismo con las culturas.
La lucha por la defensa y el reconocimiento de la diversidad es reciente.
Dice Martin Hopenhayn que el "boom" de la diferencia y la promoción del diversidad implica que muchos campos de autoafirmación cultural o de identidad que antes eran de competencia exclusiva de negociaciones privadas y de referencia "hacia adentro" de los sujetos, hoy pasan a ser competencia de la sociedad civil, de conversación "hacia fuera" y del devenir político y el devenir público de reivindicaciones asociadas. La ya citada Convención de UNESCO ha venido a dar el refrendo universal a esa lucha por la defensa de la diversidad y ahora, siguiendo sus principios debe adaptarse a espacios regionales. Por ello, respetándola, venimos trabajando respaldados por el mandato de la última Cumbre Iberoamericana, en la elaboración de una Carta cultural que responda a las necesidades de la Comunidad, salvaguardando sus derechos, con una concepción integral de la cultura.
Seguramente la mayor riqueza que Iberoamérica puede ofrecer al mundo es su gran diversidad, que encierra al tiempo una gran originalidad, ya que no constituye un conjunto de culturas yuxtapuestas, sino un sistema integrado, tal vez el más integrado del planeta, con un equilibrio entre unidad y diferencia que significa un vigoroso factor de dinamismo y creatividad, fruto de un profundo proceso de sincretismo y mestizaje cultural. Su potencialidad no se encuentra en concebirlo como homogéneo, sino en hacer visibles las diferentes tradiciones que lo componen. Su unidad geográfica transnacional sólo es válida cuando expresa su pluralidad interna. Sus expresiones culturales ya no pueden confinarse al terreno de las señas locales, puesto que han sido redefinidas por los procesos de mundialización de la cultura.
Hemos puesto, pues, el acento en su diversidad como riqueza, pero hemos pronunciado también la palabra "equidad" y aunque ha sido refiriéndonos a "equidad cultural", queremos ahora destacar la falta de equidad social como la mayor debilidad para incorporarse a ese proceso de mundialización. No estamos hablando ahora de toda Iberoamérica, sino de muchos de los países del otro lado del Atlántico, que identificamos como América Latina. Y aquí bien podemos decir que son países distintos y distantes, con economías y desarrollos diferentes, no sólo entre ellos, sino también al interior de los mismos.
Esta diferencia interna es la que le ha valido el triste record de ser definida por la CEPAL como la región más inequitativa del Planeta. Una tercera parte de sus 450 millones de habitantes son pobres, viven con menos de dos dólares por día y de ellos algo más de la mitad viven en la pobreza extrema, con menos de un dólar por día.
A pesar de los profundos cambios ocurridos en los siglos XIX y XX muchos de estos países luchan todavía por lograr un desarrollo económico, controlar la violencia, erradicar la miseria y mejorar la calidad de vida de sus poblaciones. Para entender esta situación tendríamos que retrotraernos a los años 80, con la crisis de la deuda, con repercusiones muy graves en los sectores sociales, entre ellos el educativo y desde luego el cultural. El llamado "consenso de Washington" en los años 90, no sólo no mejoró la situación, sino que ahondó más las brechas existentes, aún cuando por lo menos consiguió que se accediera al siglo XXI con unas democracias consolidadas y una estabilización monetaria.
Para revertir esta situación Martin Hopenhayn marca una serie de pautas que deberían seguir los Gobiernos al interior de los países, asumiendo el multiculturalismo como una realidad y como valor, actuando de forma proactiva no sólo con políticas no discriminatorias en el campo cultural, sino además con políticas de acción positiva hacia quienes antes estuvieron discriminados por razón de su raza, minoría étnica, sexo, edad, etc. completadas con políticas sociales y con una política fiscal justa, proporcional y distributiva, de la que algunos de estos países carecen.
Promover la equidad con el apoyo a la afirmación de la diferencia, junto con la satisfacción de necesidades básicas y cauces para disfrutar los derechos sociales. Una agenda proactiva que trasciende el ámbito de las políticas culturales que debe incidir en:
- Educación, con programas bilingües en zonas donde el español o el portugués no constituyen la lengua materna. Con elevación de la calidad de los sistemas educativos públicos.
- Comunicación a distancia, promoviendo el acceso a las nuevas tecnologías de los pueblos indígenas o afrolatinos, no sólo porque les permita el acceso a la sociedad del conocimiento, sino porque además facilite el organizarse y comunicarse. En este aspecto fue bien sintomático el papel que internet jugó en la organización de los movimientos de Chiapas.
- En relación con el empleo y el trabajo donde los indígenas, migrantes y afrolatinos, enfrentan una situación de clara desventaja.
- En el campo de la salud conseguir que los servicios sanitarios sean no sólo más accesibles a estas poblaciones, sino además que se adapten a sus especiales necesidades, reconociendo y aceptando su famarcología tradicional.
Como complemento a las acciones de los Gobiernos, la Comunidad Iberoamericana además de acompañar estos procesos, asume también un papel proactivo en el desarrollo de la región, por medio de los llamados Programas Cumbre, entre los que en el ámbito cultural queremos destacar el denominado Ibermedia que ha representado un impulso fortísimo al desarrollo de la industria cinematográfica. En el ámbito educativo dos grandes programas se encuentran en fase de diseño:
El Programa Iberoamericano de Alfabetización, que tomando como base los que en muchos de los países se están desarrollando, promueve la erradicación total del analfabetismo para el año 2015, buscando incorporar a la vida social y laboral a quienes hasta ahora estuvieron excluidos.
El desarrollo de un espacio iberoamericano del conocimiento, con la potenciación de la educación superior y la innovación científica y tecnológica.
Con todo ello esperamos y deseamos que la voz de la Comunidad Iberoamericana de Naciones encuentre su potencia comunicativa para que como lo expresara Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del Premio Nobel "las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra"
Muchas gracias.

María del Rosario Fernández Santamaría
Es Licenciada en Filosofía y Letras, especialidad Psicología, por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Dirección y Gestión Función Pública. Pertenece al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado. Desde 1999 es la Secretaria General Adjunta de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI). Ha desempeñado diversos puestos de gran responsabilidad en el Ministerio de Educación y Ciencia de España, entre ellos el de Subdirectora de Cooperación Internacional.
Ha impartido numerosos cursos en Universidades y en distintos ámbitos europeos e iberoamericanos y ha participado y presentado ponencias en numerosos Congresos, Conferencias Internacionales (UNESCO, Unión Europea, Convenio Andrés Bello, Consejo de Europa …) en representación de la OEI y en su momento del Gobierno de España.
Ha sido miembro de numerosos Consejos, Comités, etc. de la Unión Europea, Convenio Andrés Bello, UNESCO, en especial del grupo de trabajo de seguimiento “Foro Mundial Educación para Todos” y Comisiones de Coordinación y Seguimiento de los Programas de Alfabetización.
Ha recibido distinciones honoríficas del Ministerio de Educación y Ciencia y de los Ministerios de Defensa y de Asuntos Exteriores de España.

El cuarto mosquetero: la comunicación para el cambio social

por Alfonso Gumucio Dagron
Introducción

¿Cuál es la función de la comunicación en el desarrollo? ¿En qué medida la comunicación, o su ausencia, ha sido responsable de medio siglo de fracasos en los proyectos de desarrollo económico y social? ¿Qué paradigmas de la comunicación han predominado para acompañar las acciones de desarrollo en los países del Tercer Mundo?

Existe evidencia suficiente para afirmar que la comunicación es aún considerada por los organismos de cooperación y desarrollo como la quinta rueda del carro, y que su función es poco entendida por quienes toman decisiones estratégicas. La comunicación ha sido marginada de los programas de desarrollo la mayor parte de las veces, y cuando no ha sido el caso, se ha convertido en un soporte institucional o en un instrumento de propaganda. En muy pocos casos la comunicación ha sido un instrumento de diálogo y un elemento facilitador en el proceso de participación ciudadana, una garantía para un desarrollo humano sostenible, cultural y tecnológicamente apropiado.

Si bien son pocas las organizaciones de cooperación internacional que han comprendido la función que puede cumplir la comunicación para el desarrollo, es aún más sorprendente constatar que el mundo académico, hasta años muy recientes, mostró absoluto desdén e incluso ignorancia sobre el tema, al extremo de que las carreras llamadas de “comunicación social” son en su gran mayoría ajenas a las necesidades del desarrollo, y continúan produciendo anualmente miles de periodistas y publicistas, pero muy pocos comunicadores para el cambio social.

A espaldas tanto de los organismos de cooperación y desarrollo como del mundo académico, las experiencias de comunicación participativa continúan sin embargo creciendo como respuesta a una situación en las que las voces de la multiculturalidad son negadas o escondidas por los medios masivos. Estas experiencias de comunicación popular y participativa, en el área rural y urbana, irrumpen en la esfera pública reclamando una nueva ciudadanía.
La Comunicación para el Cambio Social, nace como respuesta a la indiferencia y al olvido, rescatando lo más valioso del pensamiento humanista que enriquece la teoría de la comunicación: la propuesta dialógica, la suma de experiencias participativas y la voluntad de incidir en todos los niveles de la sociedad, son algunos elementos que hacen de esta propuesta un desafío.

En el panorama de los modelos y paradigmas de la comunicación se pueden distinguir varias fases, a veces superpuestas, que durante las cuatro últimas décadas han influenciado la aplicación de la comunicación en las estrategias de desarrollo, cuando no han estado completamente ausentes de estas.

Sin ánimo de pecar de un esquematismo excesivo, podríamos distinguir esos “tiempos” de la comunicación durante el medio siglo pasado. En esta categorización he preferido apartarme de la clásica secuencia académica que reduce la comunicación a las escuelas teóricas (Schramm, escuela de Frankfort, estructuralismo francés, etc.) para enfocar las categorías desde la aplicación práctica de los modelos. Muy esquemáticamente, como es siempre el riesgo en un trabajo breve:

· Información manipuladora (de mercado)
· Información asistencialista (difusionismo)
· Comunicación instrumental (desarrollo)
· Comunicación participativa (ética)

La información manipuladora
, surgida después de la Segunda Guerra Mundial, se enmarca en el proceso de expansión de mercados, una necesidad apremiante en la perspectiva de reactivar y reacondicionar la industria de la pos-guerra. Es, esencialmente, una comunicación de mercado que contribuye a desarrollar el cuerpo teórico de la publicidad como la conocemos aún hoy, en los tiempos de la globalización. Es el poder de los medios y los medios al poder. Los medios en pocas manos, la concentración del poder de influenciar las expectativas del universo de consumidores. En América Latina, esta concentración de medios se traduce en redes gigantescas como Globo y Televisa, quizás las más notorias, pero también otras que no por menores tienen menos influencia en sociedades dependientes (1). Los medios al poder, el poder de vender y cambiar, entre otras cosas los valores fundamentales de la sociedad. El poder de manipular conciencias, gustos, prácticas cotidianas, con fines de lucro (2). El término de “comunicación” sale sobrando en esta propuesta.

La información asistencialista
, surge como la versión social de la publicidad, en tiempos en que la modernización aparece como la clave del desarrollo: los pueblos subdesarrollados tienen que “aprender” de los pueblos desarrollados, dispuestos a compartir generosamente su tecnología y su conocimiento centralizado y centralista. Los medios masivos abren un espacio para este “mercadeo social” dirigido a una población “blanco” (3), de “clientes” que deben ser persuadidos para adoptar nuevos comportamientos y técnicas. Se habla de la “difusión de innovaciones” y de la transferencia tecnológica como atajos para adoptar un desarrollo dictado desde el norte. (“Nosotros sabemos lo que a ustedes les conviene”). Es una información de extensión (recordemos lo que escribió sobre ella Paulo Freire), que no busca el diálogo sino una imposición amable, con la justificación de que la causa es justa.

La comunicación instrumental
muestra una preocupación sincera por el desarrollo y por los actores involucrados. Se inspira en las teorías de la dependencia de los años sesenta, y logra un paso fundamental, como el que grandes agencias de cooperación internacional (FAO, UNESCO y UNICEF, entre otras), adopten estrategias de comunicación para el desarrollo y defiendan el derecho a la información. El planteamiento reconoce la importancia del saber local, de la tradición y de la cultura, aunque no logra trasladar el centro de gravedad de las decisiones. Es una comunicación instrumental en tanto está vinculada a los programas de desarrollo. Valora la cultura local, y en ese sentido ofrece variantes como la de “enter-educación” o “edutainment”, con los que procura promover cambios de comportamiento a través de roles modelo y de técnicas de entretenimiento.

La comunicación para el cambio social
es una comunicación ética, es decir de la identidad y de la afirmación de valores; amplifica las voces ocultas o negadas, y busca potenciar su presencia en la esfera pública. Recupera el diálogo y la participación como ejes centrales; ambos elementos existían entrelazados con otros modelos y paradigmas y estaban presentes en la teoría como en un gran número de experiencias concretas, pero no tenían carta de ciudadanía entre los modelos dominantes de modo que no alimentaron suficientemente la reflexión. Esta comunicación que comienza ahora a recuperar terreno es como el cuarto mosquetero, presente junto a los otros tres, aunque no se lo cuenta todavía. Entra un poco más tarde en escena, pero su contribución es definitiva.
Un solo mundo, múltiples voces (que nadie escucha)

Vivimos cincuenta años de un desarrollo a la inversa, que ha hecho más daño que bien a los países del Tercer Mundo. Un desarrollo vertical, indiferente a las particularidades culturales de cada país, arrogante en su manera de plantear que el “conocimiento” procede del norte, de los países enriquecidos, o de las clases “ilustradas” en cada país. Cualquiera que haya pasado un tiempo en comunidades de África, Asia y América Latina puede contar, a la manera de René Dumont, las anécdotas del “mal desarrollo”: bombas de agua que dejaron de funcionar pocos meses después de ser inauguradas con fanfarria; hospitales sin equipamiento y sin personal; caminos sin terminar, tractores abandonados y engullidos por la vegetación; casillas de correo para aldeas donde todavía no llegó la alfabetización; sofisticados equipos de televisión que envejecen antes de que se pueda hacer uso de ellos; ingenios procesadores de minerales que no funcionan porque no hay suficiente materia prima; telecentros donde lo que realmente le sirve al usuario es el teléfono.

Podríamos detenernos largamente en las anécdotas, mencionar lugares y fechas, organizaciones responsables y nombres de proyectos. La lista sería larga y no tendría mucho sentido, pues los mismos hechos se repiten en diferentes contextos. El modelo de planificación y ejecución vertical es el mismo en todo el Tercer Mundo. Los elefantes blancos, testimonio de proyectos frustrados, están por todas partes, aunque la falta absoluta de auto-crítica de los gobiernos y organismos de cooperación, se niegue a reconocerlo.

Las poblaciones indígenas de América Latina así como las tribus de África y las comunidades rurales de Asia, han sido conejillos de Indias en ese comercio de culpas y negociados que enreda los nobles principios de la cooperación internacional. Millones de hombres y mujeres han sido testigos mudos de los más grandes absurdos concebidos en nombre del desarrollo. Pueblos sin voz, o cuyas voces no han sido escuchadas. Comunidades que recibieron pasivamente proyectos en los que nunca creyeron, o que nunca entendieron, acostumbradas a ver llegar “expertos” con soluciones que nunca fueron compartidas con los supuestos “beneficiarios”.

Ahora es casi un lugar común reconocer los errores de una planificación vertical, ajena a los beneficiarios: si tan solo se hubiera establecido un diálogo entre representantes de las comunidades, técnicos del gobierno, líderes sociales y religiosos, para discutir los planes y proyectos. La forma más elemental de comunicación, el diálogo, hubiera evitado tantas distorsiones y tanto desperdicio de recursos. Al menos, las comunidades hubieran sido partícipes en el éxito o en el fracaso, hubieran aprendido de la experiencia y se hubieran apropiado de cada proyecto luego de apropiarse del análisis de los problemas y de la búsqueda de soluciones.

Los procesos de comunicación, en su versión más humana que es el diálogo, o en sus proyecciones organizativas y mediáticas, son un instrumento de apoyo a las transformaciones en las que el hombre es el centro. No hay desarrollo económico, social o político que no tenga como centro al hombre. Estamos diciendo una verdad de Perogrullo, como muchas otras en este texto, pero es como las verdades en el desierto, pues no se actúa en consecuencia. Entre el lenguaje discursivo y la acción hay un abismo meticulosamente trazado por la burocracia, la indiferencia hacia la cultura y la ignorancia de los problemas y la percepción que de ellos tienen las comunidades.

Han tenido que pasar cincuenta años para que se tome un poco de conciencia sobre la importancia de la comunicación y de la participación en el desarrollo. Incluso el Banco Mundial habla -en los documentos de los últimos años- de desarrollo participativo, y le asigna un rol al conocimiento local y a la comunicación. Hay algunas instituciones que adoptan este lenguaje autocrítico, pero pocas las que ponen en práctica las ideas. La cooperación internacional es un mastodonte que se mueve lentamente, los cambios de timón tardan en traducirse en acciones. La resistencia interna al cambio es enorme.

Sin embargo, hay precedentes dignos entre las grandes agencias de cooperación, entre ellas la FAO, que desde los años setenta, bajo la conducción de Colin Fraser, promovió la comunicación para el desarrollo como un instrumento sin el cual no puede esperarse desarrollo sostenible. La FAO tomó el liderazgo en la teoría y en la práctica. Apoyó por una parte proyectos de largo aliento, en áreas de su competencia (fundamentalmente el desarrollo rural) (4), y por otra estableció un mecanismo de reuniones periódicas con especialistas de la comunicación de otras organizaciones, para promover el diálogo especializado e incidir en los niveles de decisión. Otras agencias de Naciones Unidas hicieron intentos semejantes, quizás menos capaces de generar una corriente de pensamiento, pero con el suficiente compromiso como para traducir el discurso en programas concretos. La UNESCO con sus importantes informes sobre los desequilibrios de la información en el mundo y el apoyo a experiencias de radio comunitaria, y UNICEF con sus grandes movilizaciones sociales y la utilización de estrategias múltiples, avanzaron contra la corriente avasalladora del “marketing social” que simultáneamente era promovido por USAID y otras agencias norteamericanas.

La comunicación para el desarrollo significó un paso importante en la medida en que se diferenció de las prácticas difusionistas que estaban en boga desde los años sesenta, principalmente en los proyectos de extensión agrícola, sobre las que Paulo Freire hizo una crítica demoledora (5). De algún modo, sin embargo, la defensa del paradigma se tradujo en la institucionalización del modelo y en desmedro de la participación comunitaria. Los principios de diálogo y debate dejaron lugar a acciones dirigidas institucionalmente, en las que el “saber técnico” se imponía verticalmente sobre el conocimiento local. La comunicación para el desarrollo se convirtió en una etiqueta institucional.

A pesar del esfuerzo de FAO por promover la comunicación para el desarrollo, la corriente del “marketing social” y del “cambio de comportamiento” individual, ganó terreno considerablemente, por varias razones comprensibles. Por una parte, el sustancial respaldo de USAID como agencia financiadora; por otra la conveniencia de ejecutar proyectos verticales, donde los mismos instrumentos desarrollados en los laboratorios de las universidades de Estados Unidos, se aplican en países y contextos muy diferentes. Finalmente, el marketing social se promueve a sí mismo (6), estableciendo una imagen campeona entre otros modelos. En años recientes, sin embargo, incluso los defensores del marketing social han incorporado la comunicación participativa en su discurso y a veces en la práctica, sin embargo el modelo original sigue basado en el uso intensivo de los medios masivos de difusión, estrategias de “campaña” donde la población meta es “blanco” de mensajes homogenizadores e uniformizantes. Los supuestos beneficiarios son “clientes” que deben “cambiar de comportamiento”, partiendo del supuesto de que sus prácticas cotidianas son erróneas. La falta de capacidad de este modelo de comprender la diversidad cultural y el contexto de las prácticas tradicionales, pretende ser salvada con técnicas de “pre-test” cuyo objetivo es validar los “mensajes”, en grupos focales no siempre representativos.

El marketing social, cuya expansión es notoria sobre todo en el área de los programas de salud, tomó por asalto las carreras de periodismo de América Latina, incapaces de discernir entre las propuestas exógenas y el pensamiento propio generado a partir de pensadores de la escuela dialógica y de la teoría de la dependencia.
El exilio interno de la identidad cultural

Los grandes proyectos de desarrollo no solamente ignoran la función de la comunicación en los procesos de cambio, sino que además son indiferentes ante el tema de la interculturalidad. La legión de “expertos” y técnicos suele avanzar sobre el universo humano de un nuevo programa como un tractor sobre un terreno baldío. Incluso cuando la comunicación es parte del programa, muy pocas veces toma en cuenta la cultura como superestructura al margen de la cual no se puede generar un proceso de cambio y un desarrollo sostenible.

Los periodistas generalistas y los especialistas en marketing carecen de la capacidad y de la sensibilidad necesaria para abordar la comunicación desde el ángulo de la interculturalidad.

En un programa de promoción de la salud comunitaria en Papua New Guinea, tuve oportunidad de revisar una serie de carteles que un grupo de expertos en “social marketing” había producido para apoyar una campaña contra el cigarrillo. Uno de esos afiches mostraba un enorme cigarrillo por dentro, estableciendo una lista de todos los químicos que contiene además de la nicotina: acetona, tolueno, fenol, cadmio, metanol, amoniaco, alquitrán, níkel, y otros diez más. Sin duda el cartel había copiado tal cual un cigarrillo con filtro de un país europeo, pero sucede que en Papua New Guinea la gran mayoría de la población fuma cigarrillos artesanales, envueltos en papel periódico, con una composición totalmente sui generis. Para elaborar un producto comunicacional eficiente, hubiera sido necesario estudiar primero la composición de los cigarrillos caseros, pero además las percepciones sobre el uso del tabaco, sin asumir que son las mismas en todas partes.

Este ejemplo funciona como una metáfora de lo que sucede cuando se desconoce la cultura y se pretende incidir sobre ella sin establecer primero un diálogo y reconocimiento de la realidad que haga posible el proceso participativo.

Mientras visitaba una pequeña radio comunitaria en Burkina Faso, observé junto a un muro exterior varios anaqueles metálicos con centenares de casillas de correo, cada una con su llave, flamantes –aunque estando a la intemperie no tardarían en oxidarse. Me explicaron que se trataba de una donación de Alemania para la futura oficina de correos, pero que en realidad no había planes para construir ni intenciones de utilizar los apartados postales en una aldea donde muy pocos eran los que sabían leer y escribir. De hecho, si alguna vez llegaba una carta, lo lógico era que la radio comunitaria hiciese las veces de oficina de distribución, como parte de su función en la red local comunicacional. Los donantes alemanes habían pasado por alto esos detalles, aunque lo más seguro es que nunca hayan siquiera puesto los pies en esa aldea.

Las costosas telenovelas “con contenido social” en países donde solo se ve televisión en los principales centros urbanos, o las campañas publicitarias en los periódicos que solamente leen los que no necesitan ser convencidos, son un rasgo frecuente de las estrategias de comunicación verticales, que no toman en cuenta el contexto social y cultural.

En Nigeria tuvimos enormes dificultades, en UNICEF, para llevar adelante la campaña de vacunación en el norte del país, porque las inyecciones eran consideradas contrarias a la fe musulmana. Hubo que entender bien las motivaciones y la tradición para generar una respuesta adecuada. La respuesta, como debería ser siempre, vino de las propias autoridades religiosas, que encontraron en el Corán una serie de frases que permitían justificar el uso de inyecciones para salvar vidas. La estrategia de comunicación incorporó mensajes con esos contenidos, validados por especialistas musulmanes.

Desde la pertinencia cultural, no cabe duda que la comunicación comunitaria y participativa es la apropiada. Sin embargo, desde el punto de vista “macro” de los programas de desarrollo, son muy frecuentes las campañas que no establecen una discriminación positiva de los contenidos de acuerdo al universo cultural de los beneficiarios. La mayor parte de las veces la comunidades son simplemente “receptoras” de contenidos ajenos a su tradición y su cultura, y por lo tanto tienen una vivencia de la comunicación que más se parece a un exilio interno, en su propia realidad, que a un proceso de diálogo constructivo. Por lo mismo, las estrategias comunicación para el desarrollo más exitosas son aquellas que fortalecen los propios canales de comunicación tradicionales, amplificando las voces locales y anclándose en la cultura.

La distancia que existe entre los niveles estratégicos y las experiencias concretas de comunicación comunitaria es sin embargo demasiado grande, y por lo general no se produce el encuentro que beneficiaría el proceso de apropiación de un programa por parte de la comunidad. Parte del problema es esa visión altanera que desprecia las experiencias de comunicación participativa por “insignificantes” o “aisladas”. En otro lugar (7) hemos abordado estos prejuicios que tienen su origen, sobre todo, en el intento de leer la comunicación alternativa con la lupa de los medios masivos.

La comunicación intercultural se enriquece con cada experiencia de comunicación alternativa y participativa. El conjunto ofrece riqueza y diversidad, mientras amalgama los valores de la identidad cultural. En estos tiempos de globalización o “bobalización”, mientras las ciudades se dejan arrastrar a la canaleta de la cultura homogenizante, la resistencia se encuentra en esos miles de experiencias de comunicación comunitaria y de participación ciudadana.

La comunicación para el desarrollo puede tomar ventaja del potencial de participación y organización comunitaria que representan las experiencias alternativas; sin embargo, su acción está limitada al norte por las rígidas estructuras de las organizaciones de cooperación, al sur por las burocracias gubernamentales, al oeste por las propias falencias democráticas de las comunidades, y al este por la ausencia de una disciplina de comunicación para el cambio social en los centros de estudio.
Pariente pobre en la torre de marfil

Promover la Comunicación para el Cambio Social en el contexto académico actual es tan arriesgado como viajar a Estados Unidos con un pasaporte palestino. Los datos muestran que la comunicación para el desarrollo y para el cambio social, la comunicación participativa, horizontal y dialógica, son vistas como iniciativas secundarias en las carreras de periodismo en casi todo el mundo. En la torre de marfil de la academia, la comunicación para el cambio social es el pariente pobre que nadie quiere recibir en su casa. En esencia, el esquema imperante se reproduce con muy pocas variantes de un país a otro. Las facultades o escuelas de periodismo se especializan en prensa, radio, televisión, publicidad, relaciones públicas, marketing empresarial... como si la conflictiva realidad social y económica del Tercer Mundo fuera solamente una anécdota al pié de página, algo que no es digno de consideración. La satisfacción del “mercado” de trabajo justifica la perpetuación de una comunicación, o más bien de una información, que no encara los problemas de cada país en un contexto de diversidad cultural.

En la década de los setenta las antiguas escuelas de periodismo comenzaron a cambiar... de nombre solamente. Optaron por un título más respetable, “Facultades de Comunicación Social”, un simple adorno en la mayoría de los casos, pues la estructura de los estudios y los contenidos del currículo no cambiaron. Se calcula que cerca de tres mil escuelas de periodismo en el mundo titulan anualmente más de 50,000 nuevos periodistas que llegan para engrosar las listas de “colgandijos” -como se llama en Bolivia a los reporteros mudos cuya única habilidad es descolgar una grabadora para capturar la declaración de algún dirigente político. Hay honrosas excepciones, por la calidad de los profesores y la seriedad de los programas. Aunque en las últimas décadas el proceso de privatización de los medios -particularmente de la radio y la televisión- ha abierto fuentes de trabajo para las nuevas generaciones, lo cierto es que ya se ha alcanzado el punto de saturación. Las nuevas generaciones de periodistas se acomodan como pueden, muchos ejercen su oficio en las oficinas de los ministerios o en empresas privadas, como relacionadores públicos, redactando notas de prensa y boletines internos.

Todavía se siente en la mayor parte de las escuelas o facultades de periodismo y comunicación social de América Latina, Asia y África, el peso de los paradigmas generados en las universidades de Estados Unidos durante los años 60 y 70. Los textos teóricos de referencia incluyen sistemáticamente a Schramm o a Lerner, a la escuela de Frankfort o al estructuralismo francés, pero ignoran a Diaz Bordenave, Beltrán, Martín Barbero, Prieto Castillo, Reyes Mata, Roncagliolo, Pasquali, Kaplún y tantos otros latinoamericanos que han generado un pensamiento propio sobre la comunicación para el cambio social. Los estudiantes de periodismo leen todavía al Everett Rogers de la “difusión de innovaciones” de los años setenta, desconociendo que el pensamiento de este académico ha evolucionado desde entonces. No me extraña que los estudiantes de medicina sigan estudiando anatomía descriptiva con los textos de Rouviere y Testut, puesto que el cuerpo humano no ha cambiado desde hace cien mil años, pero es absurdo acercarse a la comunicación -una disciplina en constante evolución- a través de textos teóricos ampliamente superados por la propia realidad. Los viejos paradigmas siguen campeando en las carreras de periodismo, simplemente por la falta de curiosidad intelectual y la ausencia de una mirada hacia los problemas de la sociedad real y concreta. Las teorías de comunicación de la pos-guerra en Estados Unidos, que tuvieron su razón de ser en ese país por la necesidad de reactivar la producción y el consumo, se aplican todavía, cuarenta años más tarde, como moldes estancos sobre la realidad de los países del Tercer Mundo.

A pesar de las enormes necesidades del desarrollo en materia de comunicación, las especializaciones académicas se cuentan con los dedos de una mano. Son excepciones honrosas las que se conocen en tiempos muy recientes. La mayor parte de las carreras en comunicación para el desarrollo son un fenómeno que se remonta a menos de años de antigüedad, tanto en América Latina como en el resto del mundo. Antes de 1995 era improbable encontrar una licenciatura, una maestría o un doctorado en Comunicación para el Desarrollo, menos aún en Comunicación para el Cambio Social. Sin embargo, se nota un interés muy grande desde los estudiantes por encarar temas de la comunicación para el cambio social, como muestra la selección de temas de tesis. Algunos profesores hacen igualmente grandes esfuerzos para insertar la comunicación para el desarrollo en el marco de las carreras de periodismo, a veces contra la simpatía de las estructuras burocráticas de las universidades, que no ven en ello un buen negocio.

Sorprende constatar que aunque América Latina lleva varias décadas de ventaja al resto de las regiones desde el punto de vista de las experiencias de comunicación popular y participativa (8), ello no se refleja en los estudios académicos. El vacío ha sido llenado mal que bien por las ONGs que trabajan en proyectos de desarrollo comunitario, pero las universidades y centros de excelencia se han mantenido generalmente al margen de los procesos de comunicación dialógica que tienen lugar en la sociedad. La apuesta de las universidades ha sido siempre por los medios masivos, y más recientemente, por el sector privado que requiere portavoces y publicistas para establecer su imagen de cara al Estado, o para competir con otras empresas. Aún teniendo mucho menos referentes en la realidad de las experiencias de comunicación popular, en Asia se han dado pasos decisivos para formar nuevas generaciones de comunicadores para el desarrollo. El Colegio de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad de Filipinas en Los Baños tiene desde hace más de cinco lustros un programa dirigido a satisfacer las necesidades del país en materia de comunicación. Ese programa se ha consolidado en años recientes al punto de ser el único en el mundo que ofrece los tres niveles de formación en comunicación para el desarrollo: cuatro años de licenciatura, una maestría y un doctorado. Ofrece, además, una opción de educación a distancia en el marco de la Universidad Abierta (Open University).

En América Latina se cuentan esfuerzos valiosos como los emprendidos por la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina), la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Universidad Metodista de Sao Paulo (Brasil), La Universidad de Lima, la Universidad NUR en Santa Cruz y la Universidad Andina Simón Bolívar de La Paz (Bolivia), entre otras pocas que ofrecen ya sea post-grados en comunicación para el desarrollo, o una carrera de licenciatura. Todas estas experiencias, al igual que otras que comienzan a surgir en África y Asia, tropiezan con enormes dificultades para establecerse. La primera dificultad es el reconocimiento dentro de las propias universidades, demasiado rígidas como para renovar su estructura e incluir nuevas disciplinas, sobre todo aquellas que no son “rentables”. La eclosión de universidades privadas –muchas de las cuales caben en una casa familiar- ha puesto por encima de las necesidades de enseñanza de los países, los objetivos de lucro de las empresas universitarias.

Es interesante constatar que la mayoría de las actuales carreras o postgrados en comunicación para el desarrollo han tenido que crear un nicho propio al margen de las escuelas de periodismo, lo cual puede ser incluso beneficioso. Estas carreras se abrieron paso en el marco de institutos de agricultura y salud, entre otros.

El propio Colegio de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad de Filipinas, el más antiguo del que tengamos noticia, es un ejemplo de ello. En 1954 el Colegio de Agricultura de la Universidad de Filipinas creó la Oficina de Extensión y Publicaciones, que en 1962 se convirtió en el Departamento de Información y Comunicación Agrícola. En 1974, por iniciativa de Norah Quebral, se fundó el Departamento de Comunicación para el Desarrollo, que fue el primero en el mundo en ofrecer estudios especializados. En 1987 se convirtió en un instituto de la universidad, y en 1998 en un Colegio de Comunicación para el Desarrollo (CDC), es decir, una de las nueve facultades de la Universidad de Filipinas en el campus de Los Baños.
La experiencia iniciada por Manuel Calvelo en la Universidad Nacional de Tucumán, en 1998, constituye otro ejemplo de cómo los estudios de comunicación para el desarrollo han tenido que labrar su propio camino en el ámbito académico. En este caso, el pos-grado es parte de la Facultad de Filosofía y Letras, y fue creado con el apoyo de la FAO (9). En Tailandia, División de Comunicación y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Mahidol, nació en el seno del Instituto de Nutrición; y en la Universidad de Kasetsart, es la Facultad de Agricultura la que cobija el Departamento de Extensión Agrícola y Comunicación. En Perú, la iniciativa y empuje de Luis Peirano, ligado tanto al teatro como a la comunicación, se concretó en la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación en la Pontificia Universidad Católica del Perú, que incluye a la par de los estudios de Comunicación para el Desarrollo, las especialidades de Artes Escénicas, Comunicación Audiovisual, Periodismo y Publicidad.

Son muy pocas las universidades que ofrecen estudios de licenciatura en comunicación para el desarrollo. Sin embargo, no se puede negar que algunas facultades de periodismo han incorporado el tema como una especialidad. De las aproximadamente 500 escuelas y facultades de periodismo y comunicación social de nuestra región, apenas una de cada cincuenta lo ha hecho.

Las experiencias que existen se caracterizan generalmente por una búsqueda aislada. A diferencia de las escuelas o facultades de periodismo, que parecen calcar su curricula ad infinitum, los pos-grados en comunicación para el desarrollo están en un proceso de experimentación que, a la larga, puede enriquecer la consolidación de un cuerpo de conocimientos que pueda generalizarse a otros ámbitos académicos de la región.
El nuevo comunicador

Como siempre, es la experiencia la terminará forzando los cambios necesarios en el mundo de la teoría. Las necesidades del desarrollo humano deberán imponerse sobre los esquemas que perpetúan la indiferencia. La diversidad cultural de América Latina, de África, y de Asia no puede ser pasada por alto en las propuestas de comunicación para el cambio social. El reconocimiento de que el desarrollo no es solamente caminos, puentes y hospitales, abre el camino hacia una percepción de la comunicación para el desarrollo estrechamente vinculada a la cultura, o más bien, a las culturas. La esfera pública no es neutra, no es un espacio vacío. La esfera pública es el lugar de encuentro de la interculturalidad, debería el espacio de negociación en el que las culturas se enriquecen mutuamente, intercambiando lo mejor de sus valores y de sus expresiones.

Los procesos de cambio social necesitan de un nuevo comunicador que facilite el diálogo intercultural. El perfil de este comunicador es una suma de conocimientos y experiencias que, por el momento, no se ofrecen en los programas de las universidades. La necesidad del nuevo comunicador existe, la demanda crece en las organizaciones de desarrollo y en las propias comunidades, pero no hay una oferta clara.

Son pocas las organizaciones de cooperación y desarrollo que incluyen entre su personal técnico y gerencial a especialistas en comunicación. No debe sorprendernos pues que la comunicación para el desarrollo esté ausente de la mayoría de los programas en el Tercer Mundo, que simplemente no exista como visión estratégica. Sin embargo, la situación en una de las agencias de Naciones Unidas más comprometidas con el tema de la comunicación, UNICEF, merece cierto análisis. UNICEF es la única agencia que tiene en cada país, oficiales de información y comunicación. Lo que a primera vista es una ventaja comparativa, se traduce con frecuencia en confusión, ya que no existe un perfil bien definido para ese puesto. Hace diez años una breve encuesta reveló que los comunicadores de UNICEF recibían hasta cincuenta nombres diferentes, dependiendo de cada oficina de país: oficiales de “comunicación”, “información”, “abogacía” (10), “mercadeo social”, “movilización social”, “comunicación para el desarrollo”, “relaciones externas”, “relaciones públicas”, “prensa”, “medios”, y muchos más. La variedad de nombres no indica otra cosa que la ausencia de una mejor definición del perfil. El resultado, es que UNICEF, para llenar esos puestos de especialistas, se ve en la necesidad de improvisar con gente que no tiene experiencia en el tema, o de contratar periodistas, ambos con resultados similares. Parte del problema es la confusión de categoría entre “información” y “comunicación”. Persiste la costumbre de confundir los términos, y de llamar por ejemplo a los medios de difusión masiva, medios de comunicación. Se olvida que el propio término “comunicación” deriva del comunio, que significa participación. Una comunicación sin participación, es información en un solo sentido. Del mismo modo, los comunicadores que no practican los fundamentos del diálogo, pertenecen a la categoría de informadores.

¿Cuál es el perfil ideal de este nuevo comunicador? Por experiencia propia puedo decir que es un perfil difícil de obtener, casi inexistente. No hay más de cincuenta especialistas en comunicación para el desarrollo en el mundo, y muy pocos tienen un título que los acredite como tales, por la sencilla razón de que la disciplina no existe (11). En mi caso tuve que “desaprender” lo que había aprendido como periodista, para aprender a ser un comunicador para el desarrollo. Un periodista puede tener una gran habilidad para escribir, para elaborar un programa de radio o de televisión, pero carece de la visión estratégica y de la experiencia comunitaria que es indispensable en los procesos de desarrollo. Lo que hace a un nuevo comunicador es esa mezcla, difícil de obtener en una sola persona, el conocimiento de los temas de desarrollo, la experiencia directa de trabajo en las comunidades, la sensibilidad para abordar la interculturalidad, y el conocimiento de los medios y la tecnología de la comunicación. Al equilibrar todos esos elementos el nuevo comunicador puede concebir e implementar estrategias de comunicación para el cambio social.

En ausencia de una disciplina de la comunicación para el cambio social, el nuevo comunicador puede provenir inicialmente de áreas como la antropología, la agronomía (12), la sociología, la educación, la salud, y también el periodismo (13). Las rápidas transformaciones tecnológicas representan un desafío para el nuevo comunicador, ya que debe tomar en cuenta las ventajas de la tecnología sin sucumbir a la fascinación por ella, como es el caso en tantos proyectos que fracasan por el uso indiscriminado y no apropiado de las nuevas tecnologías de información y comunicación (14).
Podríamos resumir las principales virtudes o características del nuevo comunicador en tres aspectos (15):

Primero, el nuevo comunicador debe tener la comprensión de que la tecnología es solamente una herramienta para apoyar el proceso de la comunicación humana, y esta última no debe en ningún caso ser dependiente de la tecnología. Del mismo modo debe entender que la tecnología no implica necesariamente computadoras, equipos de radio o acceso a Internet. Un lápiz o un tarro de pintura pueden ser las herramientas apropiadas en una situación concreta.

Segundo, el nuevo comunicador debe comprender que la comunicación para el cambio social está íntimamente relacionada con la cultura y el diálogo, y que se requiere de sensibilidad y compromiso para apoyar el proceso de cambio social en los países empobrecidos, que solo tienen su identidad cultural como fuerza.

Tercero, el nuevo comunicador debe tener claro que en la comunicación para el cambio social, el proceso es más importante que los productos. En periodismo, los artículos, los videos o los programas de radio son los resultados del trabajo profesional, pero para un comunicador para el desarrollo, el resultado es el mismo proceso de trabajo desde la comunidad y con la comunidad.
Comunicación para el cambio social

Todo esto para llegar a este principio de siglo y de milenio, donde la comunicación tiene mil facetas nuevas, la tecnología avanza a grandes saltos, fascinando a quienes ejercemos el oficio de comunicadores.

¿Dónde nace el paradigma de la comunicación para el cambio social? Lo primero que habría que decir es que no es un nuevo paradigma, sino una nueva propuesta que integra otras anteriores. Lo nuevo es una configuración que apunta a transformar sectores y niveles de la sociedad que permanecieron distantes de las propuestas anteriores.

Los planteamientos de Paulo Freire sobre la educación y la comunicación dialógica están en la esencia del paradigma de la comunicación para el cambio social, así como otros conceptos afines: comunicación horizontal, comunicación alternativa, comunicación popular, comunicación participativa, comunicación para el desarrollo.

La esencia de la comunicación para el cambio social no pretende otra cosa que establecer términos más justos en el proceso de interacción cultural que se produce en el roce entre las culturas. La costura que se forma en la frontera entre dos culturas es a veces una herida, en lugar de ser un espacio compartido. Para establecer un dialogo horizontal entre dos culturas es necesario primero afirmar la propia. Alguien que no maneja bien su propia lengua difícilmente puede dialogar con otro e intercambiar en igualdad de condiciones valores y símbolos. Los golpes recibidos por muchas culturas empobrecidas y dependientes han causado desconcierto y confusión, como un boxeador que acaba de recibir un derechazo en la oreja y no está seguro de donde está parado.

En el “ring” de la interculturalidad los intercambios son, lamentablemente, golpes bajos. El peso de los contrincantes es desigual, pertenecen a diferentes categorías, no es justo. Es importante que el actor más debilitado se alimente, para que los términos de intercambio sean más equitativos. En la esfera pública de la que tanto se habla en estos días, el espacio no está vacío, sino lleno de contradicciones, intervenciones y voces divergentes. La construcción de la ciudadanía solo puede darse en condiciones en que las voces puedan expresarse al máximo de su capacidad cultural en un espacio de diálogo y debate horizontal.

El proceso de formulación de la comunicación para el cambio social comenzó a gestarse en abril de 1997, en una reunión convocada por la Fundación Rockefeller en su centro de conferencias de Bellagio, en Italia. Un grupo heterogéneo de personas ligadas a la comunicación desde ángulos muy diversos, debatió durante una semana, con agenda abierta, el tema: “Qué comunicación para el cambio social en el próximo siglo?” En esta primera etapa, que incluye varias reuniones y culmina con un manifiesto publicado al cabo de una conferencia en Cape Town, Africa del Sur, se definió progresivamente el concepto de comunicación para el cambio social, como “un proceso de diálogo privado y público, a través del cual los participantes deciden quienes son, qué quieren y cómo pueden obtenerlo”. El enfoque inicial subraya la necesidad de cambiar los términos hasta entonces vigentes en el desarrollo y en la comunicación. Se plantea que las comunidades deben ser actores centrales de su propio desarrollo, que la comunicación no debe persuadir sino facilitar el diálogo, y que no debe centrarse en los comportamientos individuales sino en las normas sociales, las políticas y la cultura.

En una segunda etapa, siempre apoyada por la Fundación Rockefeller bajo el liderazgo de Denise Gray-Felder, se vio la necesidad de vincular el proceso de reflexión a experiencias concretas, en el entendido de que si bien el cuerpo teórico no estaba totalmente definido, la realidad mostraba en cambio una gran diversidad de experiencias. En esta misma etapa de abrió el diálogo y el debate hacia otras fundaciones y agencias de cooperación, para invitarlas a reflexionar sobre sus propias estrategias de comunicación. Esta etapa, que se proponga durante tres años (1999-2001), genera dos resultados importantes, por una parte The Communication Initiative, que en poco tiempo se convierte en el más importante sitio web sobre comunicación; y el libro “Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social”, que reúne 50 estudios de caso sobre experiencias en África, Asia y América Latina.

A raíz de la reflexión del grupo sobre la ausencia de comunicadores con un pensamiento estratégico sobre la comunicación para el cambio social, y a partir del intento de definir al “nuevo comunicador”, se abre una nueva etapa de trabajo, la más reciente, en la que el grupo reflexiona, junto a otras organizaciones, sobre la necesidad de establecer la disciplina de la comunicación para el cambio social en las universidades y centros de capacitación. El resultado más reciente, en este sentido, es la propuesta de un currículo para Maestría en Comunicación para el Cambio Social, así como cursos breves para decisores y para profesionales directamente involucrados en proyectos de desarrollo (16).

El proceso iniciado en 1997 se ha proyectado por una parte hacia el mundo académico, que como hemos visto anteriormente lleva cierto rezago con relación a la realidad misma de la comunicación, y hacia las organizaciones de cooperación internacional que inciden en los países del Tercer Mundo. Algunas de estas grandes agencias, como es el caso de USAID, DANIDA, SIDA, NORAD, entre otras, están en un proceso de revisión de sus políticas y estrategias de comunicación, incorporando los conceptos de comunicación para el cambio social.

Notas:


1. En Guatemala los cinco canales de televisión tienen un solo dueño, un Sr. González que es mexicano y reside en Miami.
2. Louie Tabing, el comunicador filipino, la califica con la sigla “PPPP”: Provecho, Propaganda, Poder y Privilegio (Profit, Propaganda, Power and Privilege).
3. Interesante constatar la adaptación del lenguaje militar (“target population”) o puramente comercial.
4. Se trata de proyectos claves en los que la comunicación –y muy particularmente el video- fue el eje central: CESPAC (Perú), PRODERITH (México), CESPA (Mali), entre otros. Breves descripciones de estoas experiencias en “Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social”, de Alfonso Gumucio Dagron. Fundación Rockefeller, New York, 2001.
5. En “¿Extensión o Comunicación?”, 1974.
6. Ver “The Overmarketing of Social Marketing”, por Alfonso Gumucio Dagron. Development Communication Report (DCR).
7. Ver mi texto: “Alternative Media: the Long and Winding Road”, próximo a publicarse.
8. Las radios mineras de Bolivia son, en ese sentido, pioneras en el mundo.
9. Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
10. Lamentable traducción de la voz inglesa “advocacy”.
11. Salvo las honrosas excepciones mencionadas anteriormente.
12. Como es el caso de Colin Fraser o Juan Diaz Bordenave.
13. Es el caso de Luis Ramiro Beltrán.
14. He desarrollado este tema en “Prometheus riding a Cadillac? Telecentres as the Promised Flame of Knowledge”, en The Journal of development Communication, Number 2, Volume 12. Kuala Lumpur, Diciembre 2001.
15. En “The New Communicator”, por Alfonso Gumucio Dagron, New York, 1998.
16. Esta reunión, realizada en Bellagio en Mayo 2002, contó con la participación de Colin Fraser, Daniel Prieto Castillo, Alfred Opubor, Juan Diaz Bordenave, Everett Rogers, Jan Servaes, y otros especialistas de la comunicación para el desarrollo. 1

Capacitar en cultura: una necesidad estratégica



Héctor Ariel Olmos (*)
La capacitación en cultura se ha convertido en una necesidad estratégica porque es esencial para la construcción de poder en el sector.
¿Qué se entiende por poder en política cultural? El fortalecimiento de la capacidad de decisión cultural „Ÿen el sentido que entiende Bonfill Batalla„Ÿ (1) en el juego cotidiano de la política en el que cada sector busca aumentar su espacio de influencia.
La unesco (1997) afirma que «el empoderamiento, basado en el principio de la autodeterminación cultural, es un objetivo al que aspiran particularmente las minorías. Por ejemplo, las poblaciones autóctonas que reclaman una devolución de poder a sus comunidades». Pero señala que es clave el acceso al poder «la formulación y aplicación de medidas concretas para promover dicho acceso es tarea tanto del Estado como de la sociedad civil. Solo la participación más amplia posible de todos los niveles de las sociedad en la vida cultural garantiza una vida plenamente democrática» (2)
Se da el juego entre lo instituido desde el Estado y lo instituyente, que ha de venir de la sociedad civil: es responsabilidad del Estado asegurar que las instituciones públicas promuevan la contribución equitativa de todos los sectores de la sociedad.
Desde el punto de vista de la sociedad civil, el empoderamiento exige el acceso a la información, así como a los canales de expresión, representación y corrección.
Como se construye poder
La ética ha de regir todas las acciones. Básicamente exige cumplir con lo que se dice, no prometer más de lo que se puede hacer y restituir el valor político a la palabra empeñada. Esto conlleva el respeto por el otro -un legítimo otro en la convivencia, al decir de Maturana„Ÿ a quien se ha prometido y a aquellos con quien se trabaja cotidianamente. Con tal entender como punto de partida, se construye poder:
  • Informándose e informando. Esto es: recabar la mayor cantidad de datos sobre las actividades culturales y sus posibilidades. En una sociedad inserta claramente en el sistema capitalista, el movimiento de fondos que produce la cultura y la cantidad de gente que ocupa, pueden hablar con bastante elocuencia de la importancia del sector.
  • Fortaleciendo y valorizando las expresiones populares que enriquecen el acervo cultural, a través de las cuales, una comunidad afianza y manifiesta su identidad.
  • Ocupando y abriendo espacios en el territorio, en las administraciones y en los medios. Para lograr este fin, es necesario tomar en cuenta las siguientes ideas:
    1. Es casi una perogrullada afirmar que cuanto más despliegue territorial se tenga mayor será el poder con que contemos: cuantas más instituciones haya en el territorio avocadas a la cultura, más posibilidades de acción, de encuentro con la comunidad. La existencia de estructuras en las administraciones públicas con mayor o menor reflejo presupuestario es un factor de peso en la trama de poder. Abrir espacios donde no los haya (creación de centros culturales, bibliotecas, salas; creación de direcciones, subsecretarias, institutos), mejorar lo que existe (ampliaciones, refacciones, modernización de equipamientos; jerarquización, elevación del nivel, de las instancias administrativas) constituyen pasos para la ampliación del poder.
    2. La presencia sostenida en los medios de comunicación es un buen soporte. Es necesario establecer redes con radios y televisiones comunitarias y alternativas.
    3. La cuestión es la manera en que se ocupan los espacios: un mal manejo del equipamiento o de una estructura puede ofrecer la excusa para su cierre. No hay que olvidar: para gran parte de la dirigencia, la cultura es un gasto superfluo y es lo primero que habrá de reducirse cuando las vacas del erario adelgacen.
  • Integrando jurisdicciones. ¿Cuántas veces las diferentes jurisdicciones que operan sobre un territorio actúan desarticuladas y a veces hasta en franca oposición? Los municipios no se relacionan con la provincia, el Estado nacional va por su lado y todos danzan un patético minué de rivalidades y sospechas; cuando el funcionamiento coordinado podría dar resultados superiores, al optimizar recursos materiales y humanos. Además, como plus, el conocimiento que proporciona trabajar en equipo y sobre todo, la convicción de que la cultura es más importante que las jurisdicciones.
  • Atemperando egos. Conectado con el anterior, puede afirmarse que en el área cultural, si se quiere crecer en presencia y poder, habrá de funcionar a pleno «la hoguera de las vanidades». Hoguera para incinerar los egos que dificultan todo entendimiento. Pese a que la «egomanía» no es patrimonio exclusivo del sector de cultura „Ÿy nuestros países pueden dar triste testimonio de esto„Ÿ se trata de terreno fértil para que se desarrolle, en detrimento de las necesidades de integración.
  • Exigiendo con la prepotencia del trabajo, no con la queja reiterada y aburrida, que por épocas parece la única manifestación de la «gente de la cultura».
  • Generando hechos. Un buen ejemplo son algunos directivos culturales que „Ÿsin presupuesto en el organigrama comunal„Ÿ hacen abrir museos cerrados, lo atienden y limpian ellos mismos hasta conseguir que el intendente municipal designe personal y amplíe el presupuesto; o bien, luchan hasta comprometer a todas las instancias de la gestión pública y privada para reabrir el teatro de la ciudad o generar festivales.
  • Tejiendo con otras áreas. No se puede concebir el sector cultural como un compartimento estanco, un mundo cerrado sobre sí mismo. Es preciso establecer acuerdos con otras áreas buscando los puntos de contacto, que habrán de convertirse en nodos de poder. Las universidades, las escuelas, la formación docente, constituyen a simple vista un sector afín. Pero existen nichos para la acción en Obras Públicas, en Salud, en Economía, en Defensa, en Seguridad...
  • Movilizando a toda la comunidad. La cultura es demasiado importante para una sociedad como para dejarla en manos de una élite y/o una administración. Movilizar a la comunidad no significa juntar gente en recitales masivos „Ÿque se multiplican en épocas de campañas políticas„Ÿ sino involucrarla en aras de un proyecto común y propio, del que sea verdaderamente protagonista. Esto se logra estableciendo alianzas estratégicas con otros sectores de la comunidad, para realizar proyectos comunes en los que haya responsabilidad compartida, que es una forma del reconocimiento mutuo.
La formación
Para llevar a cabo estos enunciados se requiere personal altamente capacitado, con conocimientos y destrezas especiales. Por eso la formación, que es transversal a todos ellos, deviene en una de las líneas claves para la construcción de poder en el sector cultural. La eficacia y la eficiencia son imprescindibles para crecer desde la gestión. La formación debe apuntar a tres niveles:
  • agentes: capacitar es una manera de crear una masa crítica importante para generar conciencia sobre el valor que tiene para una comunidad el desarrollo de sus manifestaciones culturales y presionar, por lo tanto, para que en el área se designen personas idóneas cuando se definen las políticas públicas;
  • públicos: para asegurar el tránsito intergeneracional de los valores y aumentar las referencias identitarias;
  • artistas: para favorecer el surgimiento y crecimiento de creadores.
Al mismo tiempo, es necesario desarrollar una metodología especial que tome en cuenta la existencia de una sociedad multicultural „Ÿdado que gran parte de nuestros países tienen poblaciones de procedencias distintas„Ÿ y reconozca las diferencias favoreciendo la integración y el respeto mutuo, en momentos en que se dan inquietantes señales de fragmentación.
Una definición clara
Toda estrategia en formación cultural debe partir de una definición clara del concepto de cultura sobre el que se estructurarán las acciones. Porque el plan dependerá exclusivamente del marco en que se inserte: según se conciba a la cultura serán las actividades de capacitación que se organicen.
Un modelo cerrado propondrá programación de artes y espectáculos, bellas letras. Modelo que en sus expresiones más «progresistas» señalará la importancia de «la democratización de la cultura» y la necesidad de «llevarla» a quienes no tienen acceso a ella. El modelo Malraux en la Francia gaullista, es un buen ejemplo: no habrá un solo ciudadano que no tenga a su alcance la posibilidad de acceder al disfrute de las grandes obras del espíritu. Y para eso se abren, a lo largo y ancho del territorio, «Casas de la Cultura»: equipamientos que posibilitan la realización de conciertos, muestras, teatro, cine...
Incluso, en sus variantes más osadas puede llegar a proposiciones como «el Ministerio de Cultura (o el organismo que fuere) debe ser de y para los artistas». En Argentina se realizaron varios intentos de poner en marcha este planteo.
En cambio, un modelo abierto considera a la cultura como «una forma integral de vida creada histórica y socialmente por una comunidad a partir de su particular manera de resolver „Ÿdesde lo físico, emocional y mental„Ÿ las relaciones que mantiene con la naturaleza, consigo misma, con otras comunidades y con lo que considera sagrado, con el propósito de dar continuidad y sentido a la totalidad de su existencia»(3).
Planificar con un criterio regional de integración
Una política cultural no puede plantearse en la actualidad a espaldas de las dinámicas de internacionalización que se están produciendo. Cuando los países integran bloques regionales, es aconsejable „Ÿen realidad, imprescindible„Ÿ que desarrollen políticas culturales complementarias, que consideren a la región como un todo que necesita conocerse y crecer para mejorar, de manera interna, las condiciones de vida de sus poblaciones y, hacia fuera, su posición en el mundo. Las culturas encuentran los vasos comunicantes con más rapidez que los grupos, que a menudo rivalizan con dureza.
En este campo, no existen las relaciones idílicas. Hay que desarmar bolsones de prejuicios vinculados a situaciones socioeconómicas y devenires históricos que contribuyeron a la cristalización de estereotipos que dificultan el conocimiento auténtico y, por lo tanto, la búsqueda de objetivos comunes. El argentino arrogante, el brasileño divertido, el mexicano machista, el chileno solapado, el paraguayo cerril, el peruano ladino, el caribeño haragán… son figuras que poco y nada tienen que ver con las verdaderas idiosincrasias de nuestros pueblos y deben desmontarse para que el entendimiento y el desarrollo conjuntos sean posibles. Tarea que ha de conjugarse con las políticas educativas „Ÿen especial con los programas de Ciencias Sociales„Ÿ en donde habría que empezar a considerar las guerras entre nuestros países como guerras civiles y desestructurar los discursos patrioteros en donde el malo de la película será siempre el vecino.
El pasaje del Estado-nación al Estado-región es una forma de enfrentar las restricciones, los efectos negativos y las oportunidades de la globalización y, a la vez, la mejor manera de negociar con otros bloques de poder. Esto, que es ineludible para la concepción de la totalidad de las políticas públicas, en el área de cultura se vuelve vital a la hora de diseñar estrategias de creación y producción.
¿Cómo llegar a estos objetivos si no existe el personal capacitado? ¿Quién puede en nuestros países abocarse a semejante tarea, sin distinción de ámbitos privados o públicos? Aquí aparece el interrogante sobre los contenidos.
¿En qué capacitar?
El grupo de especialistas convocados por el Consejo de Europa, referido por Schwarz(2000) recomienda los siguientes ítems para capacitar al personal de gestión cultural:
  • conocimiento sobre arte, historia del arte, estética y teorías culturales;
  • conocimiento financiero y habilidades para fundraising;
  • conocimiento y habilidades para el marketing;
  • conocimiento económico y jurídico (comprensión del marco legal y del sistema de contrataciones);
  • creatividad: manejo de situaciones de cambio y compañerismo;
  • habilidades «duras» del gerenciamiento: planificación, toma de decisiones, organización, control;
  • capacidades «suaves»: motivación, liderazgo, integración de equipos;
  • capacidades de comunicación y divulgación dentro y fuera del sector cultural;
  • capacidades para el manejo de proyectos: escritura, ejecución monitoreo y evaluación del proyecto;
  • capacidad para el uso de nuevas tecnologías;
  • dominio de idiomas.
Considero que además resulta fundamental:
  • conocimiento de las culturas locales desde una perspectiva socioantropológica;
  • conocimiento sobre políticas culturales;
  • capacidad para entrar en relación con los saberes y prácticas populares.
Este último ítem es esencial para el mutuo aprovechamiento del vínculo entre la gestión y la comunidad, puesto que contribuirá a legitimar la gestión ante la gente y la comunidad se beneficiará de una tarea bien implementada. Por ejemplo, ¿sería posible estudiar a fondo las estrategias de organización y supervivencia del Carnaval en el noroeste argentino „Ÿque ha resistido todos los embates culturales imaginables, incluida la supresión de los feriados y los impedimentos a todo tipo de reunión durante la Dictadura militar„Ÿ para emplearlas en la gestión? Esta práctica proviene de la tradición oral y no han sido nunca necesarios los aparatos del Estado para su continuidad. Allí se dan las funciones, las redes, la comunicación, responsabilidades, niveles…
Argentina: lo oficial
Quizás lo que sigue podría tomarse como ejemplo de lo que no debe hacerse en la formación.
La capacitación en cultura en la Argentina no obedece a ningún plan estructurado ni a consenso de ningún tipo. Existen una multitud de ofertas a nivel público y privado pero sin un eje que las articule.
La Secretaría de Cultura de la Nación „Ÿque tiene rango de ministerio„Ÿ ha abierto una subárea de capacitación, dentro de la Coordinación de Acción Federal, dependiente de la Dirección Nacional de Acción Federal e Industrias Culturales. Una minicaja de quinta categoría en este juego de cajas chinas a la argentina, que intenta responder con el mínimo presupuesto a las necesidades de todo un país.
Recordar el axioma: cuanto más líneas tiene la tarjeta de presentación menos relevante es el funcionario. No obstante, funcionarios casi maniatados por la inexistencia presupuestaria realizan encomiables esfuerzos para ofrecer alguna respuesta, aunque sea integrando cursos por un convenio con el Instituto Nacional de la Administración Pública (inap)(4), con el objetivo de acumular puntaje en sus carreras administrativas. La escasa jerarquía del área muestra que no se la considera de importancia estratégica para la gestión de Cultura.
En el año 2001 la Secretaría de Cultura llevó a cabo un Diploma de Postgrado en Gestión y Política Cultural en convenio con la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (flacso), que se discontinuó en el 2002 y se retomó en el 2003, ya sin financiamiento del Estado. La experiencia de asociación con universidades no se ha ampliado, no solo en esta área sino tampoco en las demás. La ciudad de Buenos Aires „Ÿque cuenta con el presupuesto de Cultura más importante del país„Ÿ beca a sus agentes en un postgrado en Administración de Teatros que imparte la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, pero no tiene una estructura propia de capacitación dentro de esta área.
En las administraciones provinciales se intentan acciones loables, como las encaradas por la provincia de Santa Cruz, en asociación con la Universidad Nacional de la Patagonia y el plan orgánico el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, que creó una Dirección de Investigación y Capacitación.
La exigencia civil
La sociedad civil hace sus aportes. Por eso aparecen propuestas de universidades públicas y privadas, de fundaciones, de organizaciones diferentes, para suplir las carencias. Cabe señalar que aun cuando en esta lista (que no es de ningún modo exhaustiva) se incluyan universidades públicas, no significa que remitan a una política estatal: corresponden a iniciativas de las casas de altos estudios que, en Argentina, son autónomas.
a) Instancias de grado
  • Universidad Nacional de Tres de Febrero.
  • Universidad Nacional de Mar del Plata (a distancia).
b) Instancias de postgrado
Maestrías y Especializaciones
  • Universidad Nacional de San Martín;
  • Universidad Nacional de Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, Facultad de Ciencias Económicas;
  • Universidad Nacional de Río Cuarto
  • Instituto Universitario Nacional del Arte.
  • Universidad de Palermo;
  • Universidad del Museo Social Argentino
Diplomados
  • Fundación Ortega y Gasset;
  • Tikal Ideas (una de sus ofertas es por aulas satelitales).
Ocasionalmente se efectúan reuniones y congresos, con cierta espectacularidad por el relieve de las personalidades convocadas „Ÿlocales y del extranjero„Ÿ pero sus resultados, recomendaciones, sugerencias, jamás son tenidos en cuenta por las autoridades, que por lo común desconocen el capital humano con el que cuenta el país. También ocurre que cuando los coordinadores de las distintas ofertas formativas se conocen entre sí, acuerdan el aprovechamiento de un especialista extranjero para «sacarle el jugo» repartiendo los gastos.
Pero no hay sistemas de compatibilidades entre las diferentes instancias a pesar de que en muchos casos los mismos docentes dictan similares contenidos. Y esto obedece a que no existen criterios acordados, ya sea para unificar las propuestas o diferenciarlas por especificidades. Las orientaciones responden más a la intuición, al «olfato» del director. Tampoco coinciden los perfiles de los egresados (en algunos casos ni siquiera hay perfil).
En este sentido, cabe señalar el apoyo que en general brindan la aeci, la oei, unesco, los servicios culturales de las embajadas (con especial mención de las de España y Francia) y el Parlamento Cultural del Mercosur (parcum), entre otros. Pero falta tejer las redes que permitan estructurar eficazmente esos esfuerzos.
La convocatoria que tienen estas ofertas (la lista no es exhaustiva) demuestra con claridad dos cosas:
  • la exigencia de que el área se profesionalice de una vez;
  • la visión que desde la sociedad civil se tiene respecto de la cultura como sector relevante para el desarrollo del país, en el doble sentido de que genera empleo y „Ÿesto es a mi juicio lo más trascendente„Ÿ confiere sentido a todo el hacer de la sociedad.
Nos encontramos en un punto neurálgico. La calidad del capital humano será el factor determinante del éxito o el fracaso en la ejecución de una política cultural. Por eso, la capacitación se convierte en una necesidad estratégica.

Bibliografía

Consejo de Europa (1999): Sueños e identidades. Una aportación al debate sobre Cultura y Desarrollo en Europa, Barcelona, Interarts/Península, Colección El Observatorio.
Martinell, Alfons (2002): «La gestión cultural: singularidad y perspectivas de futuro los agentes» en Alvarez, Marcelo y Lacarrieu, Mónica, compiladores(2002) en La (indi)gestión cultural, Buenos Aires, ciccus.
Olmos, Héctor Ariel (2004): Cultura: el sentido del desarrollo, México, conaculta, colección Intersecciones Nº.2
(2004): «Políticas culturales y gestión» en Santillán–Olmos, El Gestor Cultural. Ideas y experiencias para su capacitación, Buenos Aires, ciccus.
Olmos, Héctor Ariel y Santillán Güemes, Ricardo(2000): Educar en Cultura, Buenos Aires, ciccus.
(2003): La Educación Artística en una política Cultural, en Impulso Cultural Nº.0, México, sec, conaculta.
Schwarz, Isabelle (2000): «Linking cultural management to local development – The role of transnational cultural networks» en Interarts, Barcelona, include. The Cultural Manager as Key Agent for Local Development.
UNESCO (1997):Nuestra diversidad creativa, México, Ediciones UNESCO

Notas

(1)Citado por Ricardo Santillán Gúemes (2000) El campo de la cultura : en Olmos-Santillán (2000) Educar en cultura, Buenos Aires CICCUS pp. 52-55
(2) UNESCO (1997): Nuestra diversidad creativa, México, Ediciones de UNESCO.
(3). Olmos –Santillán (2000): Educar en cultura, Buenos Aires, CICCUS, pp.38-73
(4) El INAP impartió las primeras maestrías en Cultura Argentina y en Gestión Cultural en el primer lustro de los 90, luego fueron desarticuladas en la gestión de Claudia Bello (presidencia de Carlos Menem), quien dejó sin embargo un área de capacitación que funcionó con seminarios itinerantes hasta 1999, año en el que el gobierno de De la Rúa – el presidente fugitivo de los cacerolazos del 2001- la desmanteló.

Héctor Ariel Olmos(*)
Héctor Ariel Olmos es profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires y magister en Cultura Argentina por el Instituto Nacional de la Administración Pública (inap), de Argentina, diplomado en Cooperación Cultural Iberoamericana, por la Universidad de Barcelona, España. Ha realizado estudios de postgrado sobre Economía de la Cultura en Francia y en España. Ocupó distintos cargos de conducción en el área Cultura de Argentina. Consultor de instituciones públicas y privadas en cultura y educación, ha asesorado a los gobiernos de distintas provincias de la Argentina, y a organismos de otros países. Actualmente, actúa en diferentes áreas de la gestión al Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires y es profesor en universidades de Argentina, México y Colombia.
Acaba de publicar en México Cultura: El sentido del desarrollo, (conaculta, colección Intersecciones Nº. 2) donde explora las políticas culturales y su gestión en Iberoamérica y El gestor cultural. Ideas y experiencias para su capacitación (Buenos Aires, CICCUS) compilación con Ricardo Santillán Güemes, trabajo en el que se entrecruzan las nociones básicas que debe manejar el gestor cultural con la experiencia concreta de diversos profesionales.

Jóvenes: comunicación e identidad

Jesús Martín Barbero


“En nuestras barriadas populares urbanas tenemos camadas enteras de jóvenes cuyas cabezas dan cabida a la magia y a la hechicería, a las culpas cristianas y a intolerancia piadosa, lo mismo que a utópicos sueños de igualdad y libertad, indiscutibles y legítimos, así como a sensaciones de vacío, ausencia de ideologías totalizadoras, fragmentación de la vida y tiranía de la imagen fugaz y el sonido musical como lenguaje único de fondo”1.
F. Cruz Kronfly

1. Transformaciones de la sensibilidad y des-ordenamiento cultural

¿Hay algo realmente nuevo en la juventud actual?. Y si lo hay, ¿cómo pensarlo sin mixtificar tramposamente la diversidad social de la juventud en clases, razas, etnias, regiones?. La respuesta a esas preguntas pasa por aceptar la posibilidad de fenómenos trans-clasistas y trans-nacionales, que a su vez son experimentados siempre en las modalidades y modulaciones que introduce la división social y la diferencia cultural. Lo que exige un trabajo de localización de la investigación, que no es el propósito de este texto ya que lo que se propone es algo mucho más limitado: introducir algunas cuestiones cuya ausencia han estado lastrando seriamente la investigación, el debate y las políticas que conciernen a los jóvenes.
Para dibujar un primer campo de procesos en que se insertan los cambios que experimentan los adolescentes y los jóvenes hoy voy a servirme de dos reflexiones especialmente orientadoras. La primera es un libro de Margaret Mead, la antropóloga quizá más influyente que han tenido los Estados Unidos, publicado en inglés el año 70. La segundo corresponde a los provocadores trabajos de Joshua Meyrowitz en los que estudia los cambios que atraviesan las relaciones entre las formas humanas de comunicar y los modos de ejercer la autoridad.
En su libro, Margaret Mead escribe: “nuestro pensamiento nos ata todavía al pasado, al mundo tal como existía en la época de nuestra infancia y juventud, nacidos y criados antes de la revolución electrónica, la mayoría de nosotros no entiende lo que ésta significa. Los jóvenes de la nueva generación, en cambio, se asemejan a los miembros de la primera generación nacida en un país nuevo. Debemos aprender junto con los jóvenes la forma de dar los próximos pasos; Pero para proceder así, debemos reubicar el futuro. A juicio de los occidentales, el futuro está delante de nosotros. A juicio de muchos pueblos de Oceanía, el futuro reside atrás, no adelante. Para construir una cultura en la que el pasado sea útil y no coactivo, debemos ubicar el futuro entre nosotros, como algo que está aquí listo para que lo ayudemos y protejamos antes de que nazca, porque de lo contrario, será demasiado tarde”2.
Lo que ahí se nos plantea es la envergadura antropológica de los cambios que atravesamos y las posibilidades de inaugurar escenarios y dispositivos de diálogo entre generaciones y pueblos. Para ello la autora traza un mapa de los tres tipos de cultura que conviven en nuestra sociedad. Llama postfigurativa a la cultura que ella investigó como antropóloga, y que es aquella en la que el futuro de los niños está por entero plasmado en el pasado de los abuelos, pues la matriz de esa cultura se halla en el convencimiento de que la forma de vivir y saber de los ancianos es inmutable e imperecedera. Llama cofigurativa a la que ella ha vivido como ciudadana norteamericana, una cultura en la que el modelo de los comportamientos lo constituye la conducta de los contemporáneos, lo que le permite a los jóvenes, con la complicidad de su padres, introducir algunos cambios por relación al comportamiento de los abuelos. Finalmente llama prefigurativa a una nueva cultura que ella ve emerger a fines de los años 60 y que caracteriza como aquella en la que los pares reemplazan a los padres, instaurando una ruptura generacional sin parangón en la historia, pues señala no un cambio de viejos contenidos en nuevas formas, o viceversa, sino un cambio en lo que denomina la naturaleza del proceso: la aparición de una “comunidad mundial” en la que hombres de tradiciones culturales muy diversas emigran en el tiempo, inmigrantes que llegan a una nueva era desde temporalidades muy diversas, pero todos compartiendo las mismas leyendas y sin modelos para el futuro. Un futuro que sólo balbucean los relatos de ciencia-ficción en los que los jóvenes encuentran narrada su experiencia de habitantes de un mundo cuya compleja heterogeneidad no se deja decir en las secuencias lineales que dictaba la palabra impresa, y que remite entonces a un aprendizaje fundado menos en la dependencia de los adultos que en la propia exploración que los habitantes del nuevo mundo tecno-cultural hacen de la imagen y la sonoridad, del tacto y la velocidad.
Además de “la esperanza del futuro”, los jóvenes constituyen hoy el punto de emergencia de una cultura otra, que rompe tanto con la cultura basada en el saber y la memoria de los ancianos, como en aquella cuyos referentes aunque movedizos ligaban los patrones de comportamiento de los jóvenes a los de padres que, con algunas variaciones, recogían y adaptaban los de los abuelos. Al marcar el cambio que culturalmente atraviesan los jóvenes como ruptura se nos están señalando algunas claves sobre los obstáculos y la urgencia de comprenderlos, esto es sobre la envergadura antropológica, y no sólo sociológica, de las transformaciones en marcha.
J. Meyrowitz apoya su trabajo en investigaciones históricas y antropológicas sobre la infancia3, en las que se descubre cómo durante la Edad Media y el Renacimiento los niños han vivido todo el tiempo revueltos con los mayores, revueltos en la casa, en el trabajo, en la taberna y hasta en la cama, y es sólo a partir del siglo XVII que la infancia como tal ha empezado a tener existencia social. Ello merced en gran medida al declive de la mortalidad infantil y a la aparición de la escuela primaria, en la que el aprendizaje pasa de las prácticas a los libros, asociados a una segmentación al interior de la sociedad que separa lo privado de lo público, y que al interior de la casa misma instituye la separación entre el mundo de los niños y el de los adultos. Desde el XVII hasta mediados del siglo XX el mundo de los adultos había creado unos espacios propios de saber y de comunicación de los cuales mantenía apartados a los niños, hasta el punto que todas las imágenes que los niños tenían de los adultos eran filtradas por las imágenes que la propia sociedad, especialmente a través de los libros escritos para niños, se hacía de los adultos. Desde mediados de nuestro siglo esa separación de mundos se ha disuelto, en gran medida por la acción de la televisión que, al transformar los modos de circulación de la información en el hogar rompe el cortocircuito de los filtros de autoridad parental . Afirma Meyrowitz: “Lo que hay de verdaderamente revolucionario en la televisión es que ella permite a los más jóvenes estar presentes en las interacciones de los adultos (...)"Es como si la sociedad entera hubiera tomado la decisión de autorizar a los niños a asistir a las guerras, a los entierros, a los juegos de seducción eróticos, a los interludios sexuales, a las intrigas criminales. La pequeña pantalla les expone a los temas y comportamientos que los adultos se esforzaron por ocultarles durante siglos”4. Mientras la escuela sigue contando unas bellísimas historias tanto de los padres de la patria como de los del hogar - héroes abnegados y honestos, que los libros para niños corroboran- la televisión expone cotidianamente los niños a la hipocresía y la mentira, al chantaje y la violencia que entreteje la vida cotidiana de los adultos. Resulta bien significativo que mientras los niños siguen gustando de libros para niños, prefieren sin embargo - numerosas encuesta hablan de un 70 % y más- los programas de televisión para adultos. Y ello porque al no exigir un código complejo de acceso, como el que exige el libro, la televisión posibilita romper la largamente elaborada separación del mundo adulto y sus formas de control. Mientras el libro escondía sus formas de control en la complejidad de los temas y del vocabulario, el control de la televisión exige hacer explícita la censura. Y como los tiempos no están para eso, la televisión, o mejor la relación que ella instituye de los niños y adolescentes con el mundo adulto, va a reconfigurar radicalmente las relaciones que dan forma al hogar.
Es obvio que en ese proceso la televisión no opera por su propio poder sino que cataliza y radicaliza movimientos que estaban en la sociedad previamente, como las nuevas condiciones de vida y de trabajo que han minado la estructura patriarcal de la familia: inserción acelerada de la mujer en el mundo del trabajo productivo, drástica reducción del número de hijos, separación entre sexo y reproducción, transformación en las relaciones de pareja, en los roles del padre y del macho, y en la percepción que de sí misma tiene la mujer. Es en ese debilitamiento social de los controles familiares introducido por la crisis de la familia patriarcal donde se inserta el des-ordenamiento cultural que refuerza la televisión. Pues ella rompe el orden de las secuencias que en forma de etapas/edades organizaban el escalonado proceso del aprendizaje ligado a la lectura y las jerarquías en que este se apoya. Y al deslocalizar los saberes, la televisión desplaza las fronteras entre razón e imaginación, saber e información, trabajo y juego.
Lo que hay de nuevo hoy en la juventud, y que se hace ya presente en la sensibilidad del adolescente, es la percepción aun oscura y desconcertada de una reorganización profunda en los modelos de socialización: ni los padres constituyen el patron-eje de las conductas, ni las escuela es el único lugar legitimado del saber, ni el libro es el centro que articula la cultura. La lúcida mirada de M.Mead apuntó al corazón de nuestros miedos y zozobras: tanto o más que en la palabra del intelectual o en las obras de arte, es en la desazón de los sentidos de la juventud donde con más fuerza se expresa hoy el estremecimiento de nuestro cambio de época.

2. Visibilidad social y cultural de la juventud en la ciudad

Lo que el rápido mapa trazado avizora es tanto la des-territorialización que atraviesan las culturas, como el malestar en la cultura que experimentan los más jóvenes en su radical replanteamiento de las formas tradicionales de continuidad cultural: más que buscar su nicho entre las culturas ya legitimadas por los mayores se radicaliza la experiencia de desanclaje5 que, según A. Giddens, produce la modernidad sobre las particularidades de los mapas mentales y las prácticas locales. Los cambios apuntan a la emergencia de sensibilidades “desligadas de las figuras, estilos y prácticas de añejas tradiciones que definen ‘la cultura’ y cuyos sujetos se constituyen a partir de la conexión/desconexión con los aparatos”6. En la empatía de los jóvenes con la cultura tecnológica, que va de la información absorbida por el adolescente en su relación con la televisión a la facilidad para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas, lo que está en juego es una nueva sensibilidad hecha de una doble complicidad cognitiva y expresiva: es en sus relatos e imágenes, en sus sonoridades, fragmentaciones y velocidades que ellos encuentran su idioma y su ritmo. Estamos ante la formación de comunidades hermenéuticas que responden a nuevos modos de percibir y narrar la identidad, y de la conformación de identidades con temporalidades menos largas, más precarias pero también más flexibles, capaces de amalgamar, de hacer convivir en el mismo sujeto, ingredientes de universos culturales muy diversos.
Quizá ninguna otra figura como la del flujo televisivo7 para asomarnos a las rupturas y las formas de enganche que presenta la nueva experiencia cultural de los jóvenes. La programación televisiva se halla fuertemente marcada, a la vez, por la discontinuidad que introduce la permanente fragmentación –cuyos modelos en términos estéticos y de rentabilidad se hallan en el videoclip publicitario y el musical- y por la fluida mezcolanza que posibilita el zapping, el control remoto, al televidente, especialmente al televidente joven ante la frecuente mirada molesta del adulto, para armar “su programa” con fragmentos o "restos" de deportes, noticieros, concursos, conciertos o films. Más allá de la aparente democratización que introduce la tecnología, la metáfora del zappar ilumina la escena social: hay una cierta y eficaz travesía que liga los modos de ver desde los que el televidente explora y atraviesa el palimpsesto de los géneros y los discursos, con los modos nómadas de habitar la ciudad –los del emigrante al que le toca seguir indefinidamente emigrando dentro de la ciudad a medida que se van urbanizando las invasiones y valorizándose los terrenos, y sobre todo con el trazado que liga los desplazamientos de la banda juvenil que constantemente cambia sus lugares de encuentro a lo largo y ancho de la ciudad.
Y es que por la ciudad es por donde pasan más manifiestamente algunos de los cambios de fondo que experimentan nuestras sociedades: por el entrelazamiento entre la expansión/estallido de la ciudad y el crecimiento/ densificación de los medios masivos y las redes electrónicas. “Son las redes audiovisuales las que efectúan, desde su propia lógica, una nueva diagramación de los espacios e intercambios urbanos”8. La diseminación/ fragmentación de la ciudad densifica la mediación y la experiencia tecnológica hasta el punto de sustituir, de volver vicaria, la experiencia personal y social. Estamos habitando un nuevo espacio comunicacional en el que “cuentan” menos los encuentros y las muchedumbres que el tráfico, las conexiones, los flujos y las redes. Estamos ante nuevos “modos de estar juntos” y unos nuevos dispositivos de percepción que se hallan mediados por la televisión, el computador, y dentro de muy poco por la imbricación entre televisión e informática en una acelerada alianza entre velocidades audiovisuales e informacionales. Los ingenieros de lo urbano ya no están interesados en cuerpos reunidos, los prefieren interconectados. Mientras el cine catalizaba la “experiencia de la multitud” en la calle, pues era en multitud que los ciudadanos ejercían su derecho a la ciudad, lo que ahora cataliza la televisión es por el contrario la “experiencia doméstica” y domesticada: es desde la casa que la gente ejerce ahora cotidianamente su conexión con la ciudad. Mientras del pueblo que se tomaba la calle al público que iba al cine la transición era transitiva, y conservaba el carácter colectivo de la experiencia, de los públicos de cine a las audiencias de televisión el desplazamiento señala una profunda transformación: la pluralidad social sometida a la lógica de la desagregación hace de la diferencia una mera estrategia del rating: es de ese cambio que la televisión es la principal mediación. Pues constituida en el centro de las rutinas que ritman lo cotidiano, en dispositivo de aseguramiento de la identidad individual, y en terminal del videotexto, la vídeo compra, el correo electrónico y la teleconferencia, la televisión convierte el espacio doméstico en el más ancho territorio virtual: aquel al que, como afirma certeramente Virilio, "todo llega sin que haya que partir".
A la inseguridad que ese descentramiento del modo de habitar implica, la ciudad añade hoy la expansión del anonimato propio del no-lugar9: ese espacio –centros comerciales, autopistas, aeropuertos- en que los individuos son liberados de toda carga de identidad interpeladora y exigidos únicamente de interacción con informaciones o textos. En el supermercado usted puede hacer todas sus compras sin tener que identificarse, sin hablar con, ni ser interpelado por, nadie. Mientras las "viejas" carreteras atravesaban las poblaciones convirtiéndose en calles, contagiando al viajero del "aire del lugar", de sus colores y sus ritmos, la autopista, bordeando los centros urbanos, sólo se asoma a ellos a través de los textos de las vallas que "hablan" de los productos del lugar y de sus sitios de interés. No puede entonces resultar extraño que las nuevas formas de habitar la ciudad del anonimato, especialmente por las generaciones que han nacido con esa ciudad, sea agrupándose en tribus10 cuya ligazón no proviene ni de un territorio fijo ni de un consenso racional y duradero sino de la edad y del género, de los repertorios estéticos y los gustos sexuales, de los estilos de vida y las exclusiones sociales. Enfrentando la masificada diseminación de sus anonimatos, y fuertemente conectada a las redes de la cultura-mundo de la información y el audiovisual, la heterogeneidad de las tribus urbanas nos descubre la radicalidad de las transformaciones que atraviesa el nosotros, la profunda reconfiguración de la sociabilidad

3. Tecnologías y palimpsestos de identidad

Utilizo la metáfora del palimpsesto para aproximarme a la comprensión de un tipo de identidad que desafía tanto nuestra percepción adulta como nuestros cuadros de racionalidad, y que se asemeja a ese texto en que un pasado borrado emerge tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente. Es la identidad que se gesta en el movimiento des-territorializador que atraviesan las demarcaciones culturales pues, desarraigadas, las culturas tienden inevitablemente a hibridarse.
Ante el desconcierto de los adultos vemos emerger una generación formada por sujetos dotados de una “plasticidad neuronal” y elasticidad cultural que, aunque se asemeja a una falta de forma, es más bien apertura a muy diversas formas, camaleónica adaptación a los más diversos contextos y una enorme facilidad para los “idiomas” del vídeo y del computador, esto es para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas. Los jóvenes articulan hoy las sensibilidades modernas a las posmodernas en efímeras tribus que se mueven por la ciudad estallada o en las comunidades virtuales, cibernéticas. Y frente a las culturas letradas - ligadas estructuralmente al territorio y a la lengua- las culturas audiovisuales y musicales rebasan ese tipo de adscripción congregándose en comunas hermenéuticas que responden a nuevas maneras de sentir y expresar la identidad, incluida la nacional. Estamos ante identidades más precarias y flexibles, de temporalidades menos largas y dotadas de una flexibilidad que les permite amalgamar ingredientes provenientes de mundos culturales distantes y heterogéneos, y por lo tanto atravesadas por dis-continuidades en las que conviven gestos atávicos con reflejos modernos, secretas complicidades con rupturas radicales.
Quizás sea el fenómeno del rock en español el que resulte más sintomático de los cambios que atraviesa la identidad en los más jóvenes. Identificado con el imperialismo cultural y los bastardos intereses de las multinacionales durante casi veinte años, el rock ha adquirido, desde los años 80, una capacidad especial de traducir la brecha generacional y algunas transformaciones claves en la cultura política de nuestros países. Transformaciones que convierten al rock en vehículo de una conciencia dura de la descomposición de los países, de la presencia cotidiana de la muerte en las calles, de la sin salida laboral y la desazón moral de los jóvenes, de la exasperación de la agresividad y lo macabro11. El movimiento del rock latino rompe con la mera escucha juvenil para despertar creatividades insospechadas de mestizajes e hibridaciones: tanto de lo cultural con lo político como de las estéticas transnacionales con los sones y ritmos más locales. De Botellita de Jerez a Maldita Vecindad, Caifanes o Café Tacuba en México, Charly Garcia, Fito Paez o los Enanitos verdes y Fabulosos Cádillac en Argentina, hasta Estados Alterados y Aterciopelados en Colombia. “En tanto afirmación de un lugar y un territorio, este rock es a la vez propuesta estética y política. Uno de los ‘lugares’ donde se construye la unidad simbólica de América Latina, como lo ha hecho la salsa de Rubén Blades, las canciones de Mercedes Sosa y de la Nueva Trova Cubana, lugares desde donde se miran y se construyen los bordes de lo latinoamericano” afirma una joven investigadora colombiana12. Que se trata no de meros fenómenos locales/nacionales sino de lo latinoamericano como un lugar de pertenencia y de enunciación específico, lo prueba la existencia del canal latino de MTV, en el que se hace presente, junto a la musical, la creatividad audiovisual en ese género híbrido, global y joven por excelencia que es el videoclip.
Atravesado por los movimientos que le impone el mercado, desde las disqueras a la radio, en el rock latino se superan las subculturas regionales en una integración ciertamente mercantilizada pero en la que se hacen audibles las percepciones que los jóvenes tienen hoy de nuestras ciudades: de sus ruidos y sus sones, de la multiplicación de las violencias y del más profundo desarraigo. Sin olvidar ese otro fenómeno cultural que son las mezclas de las músicas étnicas y campesino-populares con ritmos, instrumentos y sonoridades de la modernidad musical como los teclados, el saxo y la batería. Ahí el “viejo folklor” no se traiciona ni deforma sino que se transforma volviéndose más universalmente iberoamericano. Aunque producto en buena medida de los medios masivos y de la escenografía de tecnológica de los conciertos esas nuevas músicas vuelven definitivamente urbana e internacional una música cuyo ámbito de origen fue el campo y la provincia.

4. Nuevos lenguajes y formación de ciudadanos

La aparición de un ecosistema comunicativo se está convirtiendo para nuestras sociedades en algo tan vital como el ecosistema verde, ambiental13. La primera manifestación de ese ecosistema es la multiplicación y densificación cotidiana de las tecnologías comunicativas e informacionales, pero su manifestación más profunda se halla en las nuevas sensibilidades, lenguajes y escrituras que las tecnologías catalizan y desarrollan. Y que se hacen más claramente visibles entre los más jóvenes: en sus empatías cognitivas y expresivas con las tecnologías, y en los nuevos modos de percibir el espacio y el tiempo, la velocidad y la lentitud, lo lejano y lo cercano. Se trata de una experiencia cultural nueva, o como W. Benjamin lo llamó, un sensorium nuevo, unos nuevos modos de percibir y de sentir, de oír y de ver, que en muchos aspectos choca y rompe con el sensorium de los adultos. Un buen campo de experimentación de estos cambios y de su capacidad de distanciar a la gente joven de sus propios padres se halla en la velocidad y la sonoridad. No solo en la velocidad de los autos, sino en la de las imágenes, en la velocidad del discurso televisivo, especialmente en la publicidad y los videoclips, y en la velocidad de los relatos audiovisuales. Y lo mismo sucede con la sonoridad, con la manera como los jóvenes se mueven entre las nuevas sonoridades: esas nuevas articulaciones sonoras que para la mayoría de los adultos marcan la frontera entre la música y el ruido, mientras para los jóvenes es allí donde empieza su experiencia musical.
Una segunda dinámica, que hace parte del ecosistema comunicativo en que vivimos, se anuda pero desborda el ámbito de los grandes medios, se trata de la aparición de un entorno educacional difuso y descentrado en el que estamos inmersos. Un entorno de información y de saberes múltiples, y descentrado por relación al sistema educativo que aun nos rige, y que tiene muy claros sus dos centros en la escuela y el libro. Las sociedades han centralizado siempre el saber, porque el saber fue siempre fuente de poder, desde los sacerdotes egipcios hasta los monjes medievales o los asesores de los políticos actualmente. Desde los monasterios medievales hasta las escuelas de hoy el saber ha conservado ese doble carácter de ser a la vez centralizado y personificado en figuras sociales determinadas: al centramiento que implicaba la adscripción del saber a unos lugares donde circulaba legítimamente se correspondían unos personajes que detentaban el saber ostentando el poder de ser los únicos con capacidad de leer/interpretar el libro de los libros. De ahí que una de las transformaciones más de fondo que puede experimentar una sociedad es aquella que afecta los modos de circulación del saber. Y es ahí que se sitúa la segunda dinámica que configura el ecosistema comunicativo en que estamos inmersos: es disperso y fragmentado como el saber puede circular por fuera de los lugares sagrados que antes lo detentaban y de las figuras sociales que lo administraban.
La escuela ha dejado de ser el único lugar de legitimación del saber, pues hay una multiplicidad de saberes que circulan por otros canales y no le piden permiso a la escuela para expandirse socialmente. Esta diversificación y difusión del saber, por fuera de la escuela, es uno de los retos más fuertes que el mundo de la comunicación le plantea al sistema educativo. Frente al maestro que sabe recitar muy bien su lección hoy se sienta un alumno que por ósmosis con el medio-ambiente comunicativo se halla “empapado” de otros lenguajes, saberes y escrituras que circulan por la sociedad. Saberes-mosaico, como los ha llamado A. Moles14, por estar hechos de trozos, de fragmentos, que sin embargo no impiden a los jóvenes tener con frecuencia un conocimiento más actualizado en física o en geografía que su propio maestro. Lo que está acarreando en la escuela no una apertura a esos nuevos saberes sino un fortalecimiento del autoritarismo, como reacción a la pérdida de autoridad que sufre el maestro, y la descalificación de los jóvenes como cada día más frívolos e irrespetuosos con el sistema del saber escolar.
Y sin embargo lo que nuestras sociedades están reclamando al sistema educativo es que sea capaz de formar ciudadanos y que lo haga con visión de futuro, esto es para los mapas profesionales y laborales que se avecinan. Lo que implica abrir la escuela a la multiplicidad de escrituras, de lenguajes y saberes en los que se producen las decisiones. Para el ciudadano eso significa aprender a leer/descifrar un noticiero de televisión con tanta soltura como lo aprende hacer con un texto literario. Y para ello necesitamos una escuela en la que aprender a leer signifique aprender a distinguir, a discriminar, a valorar y escoger donde y cómo se fortalecen los prejuicios o se renuevan las concepciones que tenemos de la política y de la familia, de la cultura y de la sexualidad. Necesitamos una educación que no deje a los ciudadanos inermes frente a las poderosas estratagemas de que hoy disponen los medios masivos para camuflar sus intereses y disfrazarlos de opinión pública.
De ahí la importancia estratégica que cobra hoy una escuela capaz de un uso creativo y crítico de los medios audiovisuales y las tecnologías informáticas. Pero ello sólo será posible en una escuela que transforme su modelo (y su praxis) de comunicación, esto es que haga posible el tránsito de un modelo centrado en la secuencia lineal - que encadena unidireccionalmente grados, edades y paquetes de conocimiento- a otro descentrado y plural, cuya clave es el “encuentro” del palimpsesto y el hipertexto. Pues como ante afirmé el palimpsesto es ese texto en el que un pasado borrado emerge tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente; y el hipertexto es una escritura no secuencial, un montaje de conexiones en red que, al permitir/exigir una multiplicidad de recorridos, transforma la lectura en escritura. Mientras el tejido del palimpsesto nos pone en contacto con la memoria, con la pluralidad de tiempos que carga, que acumula todo texto, el hipertexto remite a la enciclopedia, a las posibilidades presentes de intertextualidad e intermedialidad. Doble e imbricado movimiento que nos está exigiendo sustituir el lamento moralista por un proyecto ético: el del fortalecimiento de la conciencia histórica, única posibilidad de una memoria que no sea mera moda retro ni evasión a las complejidades del presente. Pues sólo asumiendo la tecnicidad mediática como dimensión estratégica de la cultura es que la escuela puede hoy interesar a la juventud e interactuar con los campos de experiencia que se procesan esos cambios: desterritorialización / relocalización de las identidades, hibridaciones de la ciencia y el arte, de las literaturas escritas y las audiovisuales: reorganización de los saberes y del mapa de los oficios desde los flujos y redes por los que hoy se moviliza no sólo la información sino el trabajo, el intercambio y la puesta en común de proyectos, de investigaciones científicas y experimentaciones estéticas. Sólo haciéndose cargo de esas transformaciones la escuela podrá interactuar con las nuevas formas de participación ciudadana que el nuevo entorno comunicacional le abre hoy a la educación.
Por eso uno de los más graves retos que el ecosistema comunicativo le hace a la educación reside en planearle una disyuntiva insoslayable: o su apropiación por la mayoría o el reforzamiento de la división social y la exclusión cultural y política que él produce. Pues mientras los hijos de las clases pudientes entran en interacción con el ecosistema informacional y comunicativo desde el computador y los videojuegos que encuentran en su propio hogar, los hijos de las clases populares - cuyas escuelas públicas no tienen, en su inmensa mayoría, la más mínima interacción con el entorno informático, siendo que para ellos la escuela es el espacio decisivo de acceso a las nuevas formas de conocimiento- están quedando excluidos del nuevo espacio laboral y profesional que la actual cultura tecnológica ya prefigura.
Abarcando la educación expandida por el ecosistema comunicativo y la que tiene lugar en la escuela, el chileno Martín Hopenhayn traduce a tres objetivos básicos los “códigos de modernidad”15. Esos objetivos son: formar recursos humanos, construir ciudadanos y desarrollar sujetos autónomos. En primer lugar, la educación no puede estar de espaldas a las transformaciones del mundo del trabajo, de los nuevos saberes que la producción moviliza, de las nuevas figuras que recomponen aceleradamente el campo y el mercado de las profesiones. No se trata de supeditar la formación a la adecuación de recursos humanos para la producción, sino de que la escuela asuma los retos que las innovaciones tecno-productivas y laborales le plantean al ciudadano en términos de nuevos lenguajes y saberes. Pues sería suicida para una sociedad alfabetizarse sin tener en cuenta el nuevo país que productivamente está apareciendo. En segundo lugar, construcción de ciudadanos significa que la educación tiene que enseñar a leer ciudadanamente el mundo, es decir tiene que ayudar a crear en los jóvenes una mentalidad crítica, cuestionadora, desajustadora de la inercia en que la gente vive, desajustadora del acomodamiento en la riqueza y de la resignación en la pobreza. Es mucho lo que queda por movilizar desde la educación para renovar la cultura política, de manera que la sociedad no busque salvadores sino genere sociabilidades para convivir, concertar, respetar las reglas del juego ciudadano, desde las de tráfico hasta las del pago de impuestos. Y en tercer lugar la educación es moderna en la medida en que sea capaz de desarrollar sujetos autónomos. Frente a una sociedad que masifica estructuralmente, que tiende a homogeneizar incluso cuando crea posibilidades de diferenciación, la posibilidad de ser ciudadanos es directamente proporcional al desarrollo de los jóvenes como sujetos autónomos, tanto interiormente como en sus tomas de posición. Y libre significa jóvenes capaces de saber leer/descifrar la publicidad y no dejarse masajear el cerebro, jóvenes capaces de tomar distancia del arte de moda, de los libros de moda, que piensen con su cabeza y no con las ideas que circulan a su alrededor.
Si las políticas sobre juventud no se hacen cargo de los cambios culturales que pasan hoy decisivamente por los procesos de comunicación e información están desconociendo lo que viven y cómo viven los jóvenes, y entonces no habrá posibilidad de formar ciudadanos, y sin ciudadanos no tendremos ni sociedad competitiva en la producción ni sociedad democrática en lo político.

Notas:

  1. F.Cruz Cronfly, La sombrilla planetaria, p.60, Planeta,Bogotá,1994
  2. M.Mead, Cultura y compromiso, ps 105 y 106, Granica, Buenos Aires,1971.
  3. Ph.Ariés, L’enfant et la vie familial sous l’Ancien Regime,Plon,Paris, 1960; M-Mead, Chlidwood in Contemporary Cultures, University of Chicago, Press,1955
  4. J. Meyrowitz, No Sense of Place,p. 447, University of New Hamsphire,1992
  5. A. Giddens, Consecuencias de la modernidad, p.32 y ss, Alianza, Madrid,1994
  6. S. Ramirez/S. Muñoz, Trayectos del consumo, p.60, Univalle, Cali, 1995; S.Ramirez, “Cultura, tecnologías y sensibilidades juveniles”, Nomadas, Nº 4, Bogotá,1996
  7. G. Barlozzetti (Ed.), Il Palinsesto: testo, apparati y géneri della televisione, Franco Angeli, Milano, 1986
  8. N. Garcia Canclini, “Culturas de la ciudad de México: símbolos colectivos y usos del espacio urbano”, in El consumo cultural en México p.49, Conaculta, México, 1993
  9. M. Augé, Los “no lugares”. Espacios del anonimato, Gedisa, Barcelona, 1993
  10. Ver a ese respecto: M. Maffesoli, El tiempo de las tribus, Icaria, Barcelona,1990; J.M. Perez Tornero y otros, Tribus urbanas: el ansia de identidad juvenil, Paidos, Barcelona, 1996
  11. L. Brito Garcia, El imperio contracultural. Del rock a la postmodernidad, Nueva sociedad, Caracas, 1994
  12. A. Rueda, Representaciones de lo latinoamericano: memoria, territorio y transnacionalidad en el videoclip del rock latino”, Tesis,Univalle,Cali, 1998
  13. J. Martín Barbero, “Heredando el futuro. Pensar la educación desde la comunicación”, Nómadas N· 5, Bogotá,1996
  14. A. Moles, Sociodinámica de la cultura, Paidos, Buenos Aires, 1978
  15. M. Hopenhayn, “La enciclopedia vacía. Desafíos del aprendizaje en tiempo y espacio multimedia”, Nómadas N· 9, ps.10-18, Bogotá, 1998
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Jesús Martín Barbero

Es Maestro en Antropología egresado en la Escuela de Antropología e Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Es autor de numerosos artículos y libros, entre los que se encuentran: "Cultura urbano y movimientos sociales" editado en 1998" y co-autor de "Territorio y Cultura en la Ciudad de México" (1999).